De la misma forma que Coco Guzman pone el foco en su producción creativa en la ficción, la exageración, la narración fracturada, los silencios como estrategia para escribir la “historia con y contra el archivo” –entendiendo el archivo como discurso de la violencia dominante–, para convocar y rescatar los fantasmas sin rostro, ni nombre ni relato ni voz alguna del pasado, también podemos fijarnos en esta línea en otros creadores contemporáneos como el artista libanés Walid Raad, quien creó un colectivo de ficción denominado The Atlas Group para investigar y documentar la historia contemporánea de Líbano, con especial énfasis en las guerras libanesas de 1975 a 1990, generando en muchos documentos sonoros, visuales y literarios a medio camino entre la memoria histórica y la ficción, como una ficción especulativa para la (re)escritura de una memoria con enormes lagunas, vacíos y distorsiones. Como escribe Alan Gilbert, “la obra de Raad elude la justicia, la verdad y la reconciliación en favor de la expiación, una expiación fantasmal o, más exactamente, una expiación de fantasmas” (para más información: Walid Raad’s Spectral Archive, Part I: Historiography as Process y Walid Raad’s Spectral Archive, Part II: Testimony of Ghosts, por Alan Gilbert en e-flux Journal).
Como se puede ver en este y otros casos, comprometerse con lo fantasmal –cuestión que en este caso se opondría a lo nostálgico, a la melancolía de lo perdido, de lo vivido o de lo sufrido–, adoptarlo como metodología creativa para la construcción de relato político, performando el archivo, espectrando su sentido y sus ausencias –afianzando un asedio necesario–, nos otorga la posibilidad como narradorxs-creadorxs-historiadorxs-archiverxs de ir más allá de lo posible, de lo recordable, cuantificable y constatable en la oficialidad de la historia, para proyectarnos allí donde parecía no haber memoria, donde el terreno era (y es, todavía) yermo, seco e incognoscible –un desierto de cuerpos sin carne ni nombre ni historias–: allí donde habitan los espectros perdidos, vagando en un limbo sin palabras, un paisaje duro y oscuro hecho de vacío, silencio y olvido que, por difícil que parezca, siempre está dispuesto a germinar de nuevo.
De la misma forma que Coco Guzman pone el foco en su producción creativa en la ficción, la exageración, la narración fracturada, los silencios como estrategia para escribir la “historia con y contra el archivo” –entendiendo el archivo como discurso de la violencia dominante–, para convocar y rescatar los fantasmas sin rostro, ni nombre ni relato ni voz alguna del pasado, también podemos fijarnos en esta línea en otros creadores contemporáneos como el artista libanés Walid Raad, quien creó un colectivo de ficción denominado The Atlas Group para investigar y documentar la historia contemporánea de Líbano, con especial énfasis en las guerras libanesas de 1975 a 1990, generando en muchos documentos sonoros, visuales y literarios a medio camino entre la memoria histórica y la ficción, como una ficción especulativa para la (re)escritura de una memoria con enormes lagunas, vacíos y distorsiones. Como escribe Alan Gilbert, “la obra de Raad elude la justicia, la verdad y la reconciliación en favor de la expiación, una expiación fantasmal o, más exactamente, una expiación de fantasmas” (para más información: Walid Raad’s Spectral Archive, Part I: Historiography as Process y Walid Raad’s Spectral Archive, Part II: Testimony of Ghosts, por Alan Gilbert en e-flux Journal).
Como se puede ver en este y otros casos, comprometerse con lo fantasmal –cuestión que en este caso se opondría a lo nostálgico, a la melancolía de lo perdido, de lo vivido o de lo sufrido–, adoptarlo como metodología creativa para la construcción de relato político, performando el archivo, espectrando su sentido y sus ausencias –afianzando un asedio necesario–, nos otorga la posibilidad como narradorxs-creadorxs-historiadorxs-archiverxs de ir más allá de lo posible, de lo recordable, cuantificable y constatable en la oficialidad de la historia, para proyectarnos allí donde parecía no haber memoria, donde el terreno era (y es, todavía) yermo, seco e incognoscible –un desierto de cuerpos sin carne ni nombre ni historias–: allí donde habitan los espectros perdidos, vagando en un limbo sin palabras, un paisaje duro y oscuro hecho de vacío, silencio y olvido que, por difícil que parezca, siempre está dispuesto a germinar de nuevo.