Siempre han habido héroes y villanos, adalides y monstruos; también en el arte, bajo la forma de artistas problemáticos para la sociedad (por sus ideales, discursos o imagen pública) o de obras monstruosas, muchas veces consideradas ajenas a lo artístico por no respetar los cánones o no adaptarse a las gramáticas del lenguaje institucional. Reunidas estas representaciones monstruosas e instrumentalizadas en manos del poder, han servido en ocasiones para aleccionar a la sociedad civil sobre el sendero a no seguir, para visibilizar (y atemorizar con) los peligros y malestares sociales y para definir la norma y lo raro en un cierto periodo histórico a través de aquellas imágenes abyectas e indeseables de las que debiéramos mejor protegernos y distanciarnos. Atendamos a un conocido ejemplo:
En julio de 1937 se inauguró la que fuera la exposición más visitada del siglo XX: Entartete Kunst, que se ha traducido posteriormente como “Arte degenerado”. Para la materialización de esta exposición propagandística, que sucedería bajo el mando del régimen nazi, con unas claras funciones pedagógico-doctrinarias, una comisión nombrada por el ministro de Propaganda del gobierno alemán, Joseph Goebbels, recorrió museos y colecciones de todo el país, confiscando 16.000 pinturas, esculturas y grabados. Más concretamente, se eligieron, de esta inmensidad de piezas apropiadas, un total de 650 obras, que protagonizaron la muestra Arte degenerado.
Esta exposición se exhibió durante cuatro años en trece ciudades alemanas y austriacas, y fue visitada por unos tres millones de personas, aproximadamente. Contaba con obras de Picasso, Modigliani, Matisse, Kandinsky, Klee, Kokoschka, Braque, Chagall, Beckmann, Nolde, Kirchner o Dix, entre otros. En pleno apogeo de la Alemania nazi, a un par de años de inicio de la Segunda Guerra, el gobierno iniciaba por esta vía expositiva una profunda reforma de los valores estéticos de aquel entonces. A través de esta estrategia curatorial, el régimen nazi hacía ver a las masas que estos artistas, sus imaginarios, prácticas y estéticas, no representaban el espíritu ario ni encarnaban el civismo modélico –todo lo contrario–. Para enfatizar esta desviación mental y de la norma –esta torcida expresión de la moral, la estética y la política–, el régimen nazi decidió intercarlar en la muestra obras de vanguardia con piezas y representaciones provenientes de hospitales psiquiátricos.
Obras de Max Beckmann, Otto Griebel y George Grosz
No es casualidad, en ningún caso, que la apertura de la exposición se diera un día después de que se inaugurase la que se conoció como la exposición del Gran Arte Alemán, que reuniría lo que los nazis denominaron como “arte heroico” (el 19 de julio de 1937 se inauguró la muestra monstruosa [1], mientras que el 18 de julio abrió la segunda mencionada, que encarnaba los valores patrióticos). La monstruosidad degenerada, claramente diferenciada de la pureza aria exaltada, puesta sobre un límpido pedestal, mostraba el sendero moral a seguir: dictaba aquello que era digno de admiración y lo que no, aquello que preservaba los ideales cívicos y aquello que pervertía a la población hasta la locur, es decir, aquello que se podía mirar y lo que no, aquello que se podía hacer y lo que no, aquello que era honesto, bello, bonito y bueno, y lo que, por el contrario, era degenerado, monstruoso, raro, abyecto y prohibido. Esta conjura de monstruos mostraba el sendero de la degeneración del Hombre.
Mientras que con la primera muestra (Gran Arte Alemán) se trataba de realizar una autoalabanza al régimen nacional socialista, con la segunda (Arte degenerado) se pretendía mostrar la degeneración del arte moderno vinculado a la cultura judía (si bien, quizás por una negligente labor comisarial o por un absoluto desinterés por el rigor histórico-biográfico, sólo 6 de los 112 artistas “degenerados” eran judíos). En palabras del Ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, el arte degenerado “insulta al sentimiento alemán, o destruye o confunde a la forma natural, o simplemente revela una ausencia de aptitud manual o artística adecuada”.
Un visitante viendo la muestra Arte degenerado
Justamente, esa “confusión de lo natural”, esa supuesta “destrucción de lo genuino y adecuado”, ponía en evidencia el tratamiento o condición monstruosa otorgado a obras y artistas. En Arte degenerado, lo monstruoso se manifestaba por dos vías muy claras: el origen de los artistas (en el plano identitario y territorial) y sus representaciones (en el plano visual). Degeneración era, al mismo tiempo, sinónimo de antisemitismo, en un plano muy específico y claramente legible, e igualmente aludía, en una dimensión mucho más abstracta e impredecible, a un temor al otro, lo otro, a lo que pudiera ser (un) enemigo del régimen; se trataba de una monstruosidad abstracta y confusa, donde cabían muchas expresiones distintas y que, básicamente, recogía cualquier gesto, trazo, huella, que se desviara de la genética y gramática alemana por excelencia, de sus paisajes tradicionales y sus hombres y mujeres blanquísimos, rubios y robustos. A esta distinción (ideológica y discursiva de los ideales nazis, al tiempo que espacial y expositiva) de la pureza aria y la degeneración extranjera, se sumaba una serie de argumentos estéticos, que cristalizaron en las siguientes declaraciones del führer:
“Respecto a los artistas degenerados, les prohíbo someter al pueblo a sus ‘experiencias’. Si de verdad ven los campos azules están dementes y deberían estar en un manicomio. Si solo fingen que los ven azules son criminales y deberían ir a prisión. Purgaré a la nación de su influencia y no permitiré que nadie participe en su corrupción. El día del castigo está por venir”.
A lo que cabe añadir estas otras declaraciones del führer dirigidas también a los artistas degenerados:
“Mis queridos prehistóricos señores tartamudos del lenguaje del arte, ¿qué fabrican ustedes? Lisiados deformes e idiotas, mujeres repugnantes, hombres que parecen más animales que personas, niños que de vivir así deberían ser vistos como maldiciones divinas”.
Las obras contenían subtítulos revisados y hasta en algunos casos redactados por el propio Adolf Hitler [2], que reflejaban de manera sarcástica la “obscenidad, locura, blasfemia y negritud de este arte”, aludiendo a ciertas características estéticas correspondientes al arte africano. En su totalidad, la exposición fue diseñada para inflamar a la opinión pública y ponerla en contra del arte moderno. Paradójicamente, la exposición de Arte degenerado atrajo unas cinco veces más público que Gran Arte Alemán, de tal modo que se considera una de las muestras de arte moderno más visitadas hasta la fecha. Ciertamente, siempre fue más divertido ver monstruos que adalides, villanos que héroes –también más morboso–.
Cartel de la muestra Arte Degenerado
Incluso expositivamente –a través de los formatos y dispositivos curatoriales escogidos para mediar las obras de arte– se trataría de convencer y aleccionar de la condición monstruosa y repulsiva de las obras expuestas, así como sobre todo de sus valores intrínsecos. En la exposición se colgaron muchos de los cuadros torcidos; también se pintaron las paredes con insultos a las obras y a los artistas, consiguiendo de tal forma que este tipo de arte pareciera extraño y ridículo. Lo que se ofrecía al espectador [3] era una suerte de espectáculo circense de freak show para que las obras parecieran baratijas degeneradas a los ojos del pueblo alemán. Los nazis acabarían despidiendo de la docencia, deteniendo e incluso asesinando a los artistas de la muestra, y sus obras serían quemadas o vendidas a precios ridículos.
Como si se tratara de una venganza de estas obras-monstruo, décadas atrás vilipendiadas e insultadas, actualmente estas piezas invaden el mercado del arte y sus precios se elevan a cientos de miles de euros, incluso millones, revirtiendo su pretérita condición monstruosa. A día de hoy, tan pronto lo abyecto y lo monstruoso se subvierte, olvidamos su pasado inmediatamente. En el caso de las obras de Arte degenerado, muchas de estos cuadros y esculturas ahora residen en colecciones privadas o se exponen en museos como la Tate y el MoMA –si bien hace menos de un siglo eran objeto de burla y sinónimo de lo desviado, lo torcido, lo indeseable y peligroso–. Fenómenos como este nos demuestran lo rápido que se trastoca lo monstruoso, que puede incluso derivar en objeto de deseo. El devenir de las obras de la exposición Arte degenerado pone en evidencia la estrecha relación que lo monstruoso guarda con el marco sociocultural e histórico en el que unas u otras representaciones son estudiadas, contempladas, enjuiciadas: un marco que siempre puede torcerse, corregirse, desviarse o incluso quebrarse, en ocasiones.
Volviendo la vista a la muestra, a las fotografías que se conservan de Arte degenerado, nos topamos con una imagen muy ilustrativa en la que aparece, en el centro de la fotografía, el ministro de Propaganda Joseph Goebbels con sombrero y gabardina, visitando la muestra junto con el artista y organizador de la muestra Adolf Ziegler, a su derecha. A estos se suma una tercera persona liderando el grupo. Los tres emulan una misma posición de superioridad y repulsión. Noli me tangere (“no me toques”, en latín) parecen decir sus cuerpos, su gestualidad impostada, dura, altiva, escultórica. Su corporalidad y su disposición espacial –sus brazos hacia atrás y sus manos entrecruzadas– demuestran una voluntad expresa por distanciarse de cualquier contacto con lo degenerado, rechazando de plano lo monstruoso, en cualquiera de sus formas, impidiendo cualquier tipo de contagio. No tocar, como sentencia el dictum museístico, pero también: que no te toquen, que no te rocen, que no te contaminen esas expresiones diabólicas. Esto es, no te dejes contaminar, ni seducir, ni cautivar por la locura. ¡Mantente erguido, atento y precavido!, nunca se sabe de qué son capaces esos endemoniados monstruitos. En resumen (una vez más): se mira pero no se toca.
Una última imagen para cerrar, quizás la más impactante (tanto que pareciera falsa): Hitler aparece a la izquierda de la fotografía, con la expresión en el rostro de haber contemplado al mismísimo diablo, mientras contempla una obra que queda fuera de plano. Nos gustaría, desde luego, saber qué obra contemplaba en aquel instante de estupefacción, de parálisis absoluta. Sombrero en mano e inmóvil, el führer pareciera justamente haberse rendido a aquello de lo que quería prevenir: la corrupción del alma, la perversión y degeneración de la mente. Tartamudeando, poseído y absorto, cautivado por la rara belleza que manifiestan los monstruos, el führer no consigue despegar la mirada del cuadro, quizás atraído por esa desafiante retórica de lo monstruoso, la estética inapelable de lo prohibido, la fuerza extraña de lo abyecto, que resuena desde otro mundo. La conjura de los monstruos pareciera haber seducido hasta el mismo führer, rendido ante su degenerada naturaleza y su perversa rareza.
[1] Al respecto de la torpeza de los nazis a la hora de articular Arte degenerado, se cuenta que, la misma noche de la inauguración de la muestra, las SS tuvieron que sacar cuadros filonazis que habían sido incluidos por error. A la luz queda que la exposición se montó demasiado deprisa, sin el cuidado e investigación pertinente, hasta el punto en que se habían incluido en un primer momento, por despiste, cuadros afines al régimen –como si “lo degenerado” fuera un germen inherente al régimen nazi, sembrado desde dentro, por mucho que se quisiera relatar lo opuesto; como si lo monstruoso, en realidad, se vislumbrase a modo de reflejo especular, como una visión distorsionada del propio régimen y sus terribles actos–.
[2] En su primera aproximación a estos textos, se dice que Hitler pidió que rebajara el tono de los textos, por ser muy exacerbados.
[3] También se cuenta que la reacción de los espectadores era muy variada, yendo desde la risa y la burla, hasta el enfado más visceral.
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En julio de 1937 se inauguró la que fuera la exposición más visitada del siglo XX: Entartete Kunst, que se ha traducido posteriormente como “Arte degenerado”. Para la materialización de esta exposición propagandística, que sucedería bajo el mando del régimen nazi, con unas claras funciones pedagógico-doctrinarias, una comisión nombrada por el ministro de Propaganda del gobierno alemán, Joseph Goebbels, recorrió museos y colecciones de todo el país, confiscando 16.000 pinturas, esculturas y grabados. Más concretamente, se eligieron, de esta inmensidad de piezas apropiadas, un total de 650 obras, que protagonizaron la muestra Arte degenerado.
Esta exposición se exhibió durante cuatro años en trece ciudades alemanas y austriacas, y fue visitada por unos tres millones de personas, aproximadamente. Contaba con obras de Picasso, Modigliani, Matisse, Kandinsky, Klee, Kokoschka, Braque, Chagall, Beckmann, Nolde, Kirchner o Dix, entre otros. En pleno apogeo de la Alemania nazi, a un par de años de inicio de la Segunda Guerra, el gobierno iniciaba por esta vía expositiva una profunda reforma de los valores estéticos de aquel entonces. A través de esta estrategia curatorial, el régimen nazi hacía ver a las masas que estos artistas, sus imaginarios, prácticas y estéticas, no representaban el espíritu ario ni encarnaban el civismo modélico –todo lo contrario–. Para enfatizar esta desviación mental y de la norma –esta torcida expresión de la moral, la estética y la política–, el régimen nazi decidió intercarlar en la muestra obras de vanguardia con piezas y representaciones provenientes de hospitales psiquiátricos.
Obras de Max Beckmann, Otto Griebel y George Grosz
No es casualidad, en ningún caso, que la apertura de la exposición se diera un día después de que se inaugurase la que se conoció como la exposición del Gran Arte Alemán, que reuniría lo que los nazis denominaron como “arte heroico” (el 19 de julio de 1937 se inauguró la muestra monstruosa [1], mientras que el 18 de julio abrió la segunda mencionada, que encarnaba los valores patrióticos). La monstruosidad degenerada, claramente diferenciada de la pureza aria exaltada, puesta sobre un límpido pedestal, mostraba el sendero moral a seguir: dictaba aquello que era digno de admiración y lo que no, aquello que preservaba los ideales cívicos y aquello que pervertía a la población hasta la locur, es decir, aquello que se podía mirar y lo que no, aquello que se podía hacer y lo que no, aquello que era honesto, bello, bonito y bueno, y lo que, por el contrario, era degenerado, monstruoso, raro, abyecto y prohibido. Esta conjura de monstruos mostraba el sendero de la degeneración del Hombre.
Mientras que con la primera muestra (Gran Arte Alemán) se trataba de realizar una autoalabanza al régimen nacional socialista, con la segunda (Arte degenerado) se pretendía mostrar la degeneración del arte moderno vinculado a la cultura judía (si bien, quizás por una negligente labor comisarial o por un absoluto desinterés por el rigor histórico-biográfico, sólo 6 de los 112 artistas “degenerados” eran judíos). En palabras del Ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, el arte degenerado “insulta al sentimiento alemán, o destruye o confunde a la forma natural, o simplemente revela una ausencia de aptitud manual o artística adecuada”.
Un visitante viendo la muestra Arte degenerado
Justamente, esa “confusión de lo natural”, esa supuesta “destrucción de lo genuino y adecuado”, ponía en evidencia el tratamiento o condición monstruosa otorgado a obras y artistas. En Arte degenerado, lo monstruoso se manifestaba por dos vías muy claras: el origen de los artistas (en el plano identitario y territorial) y sus representaciones (en el plano visual). Degeneración era, al mismo tiempo, sinónimo de antisemitismo, en un plano muy específico y claramente legible, e igualmente aludía, en una dimensión mucho más abstracta e impredecible, a un temor al otro, lo otro, a lo que pudiera ser (un) enemigo del régimen; se trataba de una monstruosidad abstracta y confusa, donde cabían muchas expresiones distintas y que, básicamente, recogía cualquier gesto, trazo, huella, que se desviara de la genética y gramática alemana por excelencia, de sus paisajes tradicionales y sus hombres y mujeres blanquísimos, rubios y robustos. A esta distinción (ideológica y discursiva de los ideales nazis, al tiempo que espacial y expositiva) de la pureza aria y la degeneración extranjera, se sumaba una serie de argumentos estéticos, que cristalizaron en las siguientes declaraciones del führer:
“Respecto a los artistas degenerados, les prohíbo someter al pueblo a sus ‘experiencias’. Si de verdad ven los campos azules están dementes y deberían estar en un manicomio. Si solo fingen que los ven azules son criminales y deberían ir a prisión. Purgaré a la nación de su influencia y no permitiré que nadie participe en su corrupción. El día del castigo está por venir”.
A lo que cabe añadir estas otras declaraciones del führer dirigidas también a los artistas degenerados:
“Mis queridos prehistóricos señores tartamudos del lenguaje del arte, ¿qué fabrican ustedes? Lisiados deformes e idiotas, mujeres repugnantes, hombres que parecen más animales que personas, niños que de vivir así deberían ser vistos como maldiciones divinas”.
Las obras contenían subtítulos revisados y hasta en algunos casos redactados por el propio Adolf Hitler [2], que reflejaban de manera sarcástica la “obscenidad, locura, blasfemia y negritud de este arte”, aludiendo a ciertas características estéticas correspondientes al arte africano. En su totalidad, la exposición fue diseñada para inflamar a la opinión pública y ponerla en contra del arte moderno. Paradójicamente, la exposición de Arte degenerado atrajo unas cinco veces más público que Gran Arte Alemán, de tal modo que se considera una de las muestras de arte moderno más visitadas hasta la fecha. Ciertamente, siempre fue más divertido ver monstruos que adalides, villanos que héroes –también más morboso–.
Cartel de la muestra Arte Degenerado
Incluso expositivamente –a través de los formatos y dispositivos curatoriales escogidos para mediar las obras de arte– se trataría de convencer y aleccionar de la condición monstruosa y repulsiva de las obras expuestas, así como sobre todo de sus valores intrínsecos. En la exposición se colgaron muchos de los cuadros torcidos; también se pintaron las paredes con insultos a las obras y a los artistas, consiguiendo de tal forma que este tipo de arte pareciera extraño y ridículo. Lo que se ofrecía al espectador [3] era una suerte de espectáculo circense de freak show para que las obras parecieran baratijas degeneradas a los ojos del pueblo alemán. Los nazis acabarían despidiendo de la docencia, deteniendo e incluso asesinando a los artistas de la muestra, y sus obras serían quemadas o vendidas a precios ridículos.
Como si se tratara de una venganza de estas obras-monstruo, décadas atrás vilipendiadas e insultadas, actualmente estas piezas invaden el mercado del arte y sus precios se elevan a cientos de miles de euros, incluso millones, revirtiendo su pretérita condición monstruosa. A día de hoy, tan pronto lo abyecto y lo monstruoso se subvierte, olvidamos su pasado inmediatamente. En el caso de las obras de Arte degenerado, muchas de estos cuadros y esculturas ahora residen en colecciones privadas o se exponen en museos como la Tate y el MoMA –si bien hace menos de un siglo eran objeto de burla y sinónimo de lo desviado, lo torcido, lo indeseable y peligroso–. Fenómenos como este nos demuestran lo rápido que se trastoca lo monstruoso, que puede incluso derivar en objeto de deseo. El devenir de las obras de la exposición Arte degenerado pone en evidencia la estrecha relación que lo monstruoso guarda con el marco sociocultural e histórico en el que unas u otras representaciones son estudiadas, contempladas, enjuiciadas: un marco que siempre puede torcerse, corregirse, desviarse o incluso quebrarse, en ocasiones.
Volviendo la vista a la muestra, a las fotografías que se conservan de Arte degenerado, nos topamos con una imagen muy ilustrativa en la que aparece, en el centro de la fotografía, el ministro de Propaganda Joseph Goebbels con sombrero y gabardina, visitando la muestra junto con el artista y organizador de la muestra Adolf Ziegler, a su derecha. A estos se suma una tercera persona liderando el grupo. Los tres emulan una misma posición de superioridad y repulsión. Noli me tangere (“no me toques”, en latín) parecen decir sus cuerpos, su gestualidad impostada, dura, altiva, escultórica. Su corporalidad y su disposición espacial –sus brazos hacia atrás y sus manos entrecruzadas– demuestran una voluntad expresa por distanciarse de cualquier contacto con lo degenerado, rechazando de plano lo monstruoso, en cualquiera de sus formas, impidiendo cualquier tipo de contagio. No tocar, como sentencia el dictum museístico, pero también: que no te toquen, que no te rocen, que no te contaminen esas expresiones diabólicas. Esto es, no te dejes contaminar, ni seducir, ni cautivar por la locura. ¡Mantente erguido, atento y precavido!, nunca se sabe de qué son capaces esos endemoniados monstruitos. En resumen (una vez más): se mira pero no se toca.
Una última imagen para cerrar, quizás la más impactante (tanto que pareciera falsa): Hitler aparece a la izquierda de la fotografía, con la expresión en el rostro de haber contemplado al mismísimo diablo, mientras contempla una obra que queda fuera de plano. Nos gustaría, desde luego, saber qué obra contemplaba en aquel instante de estupefacción, de parálisis absoluta. Sombrero en mano e inmóvil, el führer pareciera justamente haberse rendido a aquello de lo que quería prevenir: la corrupción del alma, la perversión y degeneración de la mente. Tartamudeando, poseído y absorto, cautivado por la rara belleza que manifiestan los monstruos, el führer no consigue despegar la mirada del cuadro, quizás atraído por esa desafiante retórica de lo monstruoso, la estética inapelable de lo prohibido, la fuerza extraña de lo abyecto, que resuena desde otro mundo. La conjura de los monstruos pareciera haber seducido hasta el mismo führer, rendido ante su degenerada naturaleza y su perversa rareza.
[1] Al respecto de la torpeza de los nazis a la hora de articular Arte degenerado, se cuenta que, la misma noche de la inauguración de la muestra, las SS tuvieron que sacar cuadros filonazis que habían sido incluidos por error. A la luz queda que la exposición se montó demasiado deprisa, sin el cuidado e investigación pertinente, hasta el punto en que se habían incluido en un primer momento, por despiste, cuadros afines al régimen –como si “lo degenerado” fuera un germen inherente al régimen nazi, sembrado desde dentro, por mucho que se quisiera relatar lo opuesto; como si lo monstruoso, en realidad, se vislumbrase a modo de reflejo especular, como una visión distorsionada del propio régimen y sus terribles actos–.
[2] En su primera aproximación a estos textos, se dice que Hitler pidió que rebajara el tono de los textos, por ser muy exacerbados.
[3] También se cuenta que la reacción de los espectadores era muy variada, yendo desde la risa y la burla, hasta el enfado más visceral.
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