Pablo López Zetas
Mi acercamiento al fenómeno del ASMR (siglas de Autonomous Sensory Meridian Response) fue, como el de cualquier otro participante en la comunidad, fortuito. La primera vez que leí estas siglas en la pantalla de mi teléfono, aún sin conocer su significado, fue entre 2014 y 2015. Por entonces, yo acababa de empezar un grado en Bellas Artes, lejos de la ciudad donde crecí, y vivía en una residencia de estudiantes.
En esos años (y hasta ahora) estaba obsesionado con el masaje relajante y sus técnicas. Me encantaba ofrecer masajes a les compañeres de mi residencia. Así pues, había transformado mi cuarto en un espacio “público” del edificio (prueba de ello es que nunca cerré la puerta con llave) donde la gente venía a pasar el rato, pero también a relajarse y a recibir masajes.
Fue en esta época cuando comencé a ver en YouTube vídeos de escuelas de masaje en los que explicaban distintas técnicas de esta disciplina. Sin embargo, además de técnicas y conocimientos a aplicar sobre mis amigues, descubrí otra cosa: con el visionado de estos vídeos, concentrándome en la lentitud de los movimientos en la pantalla, mi propio cuerpo entraba en un estado de relajación en el cual aquellas acciones resonaban sobre mi piel. De cierta manera, sentía que los movimientos realizados por el masajista se reproducían en mi cuerpo. Una intensa sensación de relajación muscular u hormigueo recorría mi cuerpo desde la cabeza hasta los pies, como si un rayo atravesara mi columna vertebral para alcanzar todos los músculos de mi cuerpo. Esta extraña sensación pronto se convirtió en una obsesión.
Aquellos vídeos, que en un principio veía con un “propósito útil”, empezaron a cobrar valor por sí solos, mutando su utilidad a las propias sensaciones hápticas que desencadenaban sobre mi cuerpo. Así, en mis inagotables rutas en vídeo, empezaron a aparecer esas siglas. Cuatro letras que, cada vez más, comenzaban a poblar los títulos de aquellos vídeos que en un principio parecían estar destinados al aprendizaje del masaje: ASMR.
La sensación ASMR o “tingles” y los contenidos que la producen poco a poco cobraron un papel relevante, tanto en mi intimidad como en mi trabajo artístico. En 2015, aún obsesionado por la práctica del masaje, perfilé mi primera pieza en relación con el fenómeno. Mi intención en aquel momento era la de crear una comunidad de personas que se dieran placer unas a otras de forma altruista a través del masaje. En 2017, me percaté de cómo mi investigación, relacionada con la afectividad, la sensualidad y la construcción de identidad desde lo digital y lo escópico, entroncaba con mi (secreto) placer nocturno de ver “vídeos de ASMR”.
A partir de este año, enfoqué mi trabajo artístico en esa dirección, realizando piezas directamente relacionadas con el fenómeno (en forma de performances, vídeos, piezas de audio o conciertos) o incorporando algunas técnicas performativas y visuales desencadenantes de la sensación ASMR (“triggers”) a mi producción (el whispering, la incorporación de movimientos lentos, ciertas texturas, distintas maneras de hacer aparecer el cuerpo en la pieza, etc).
Mi experiencia no es distinta de la de otros agentes de la comunidad ASMR. Tanto espectadores como creadores de contenido (“ASMRtist”) relatan sus primeras veces como una experiencia sanadora de comunidad. En momentos de angustia emocional o de experimentar ciertas dolencias (insomnio, ansiedad o incluso depresión), los vÍdeos destinados a producir ASMR han ayudado a quienes los descubren a lidiar con estas patologías, llegando a aminorarlas. Así, la comunidad ASMR percibe su práctica como una suerte de “terapia online” en la cual los ASMRtist hacen el papel de “sanadores”. Estos últimos, suelen entender sus acciones como una forma de “devolución” a una comunidad en la que han encontrado un alivio a sus malestares. Algunos investigadores han explicado la comunidad ASMR como una suerte de red informe y altruista de cuidados online en constante transformación y en la que “sólo los tingles importan”; esto es, sólo importa el bienestar de los demás.
Considero que el fenómeno del ASMR está cruzado por ciertos vectores que atraviesan y explican otras muchas prácticas de la cultura contemporánea, ya sea en el ámbito laboral, en el de la visualidad o en lo relativo a nuestra relación con los objetos y su materialidad. Para mi ponencia en las jornadas Invertebrados traté de situar el fenómeno en su tiempo y contexto, explicarlo en sus aspectos sonoro y visual y analizar su historia, sus lógicas internas y la noción de “Comunidad ASMR”. Con el fenómeno situado, se trataba de vislumbrar qué información nos proporciona de su contexto histórico, así como su potencial futuro, tanto emancipador como tardocapitalista.
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Pablo López Zetas
Mi acercamiento al fenómeno del ASMR (siglas de Autonomous Sensory Meridian Response) fue, como el de cualquier otro participante en la comunidad, fortuito. La primera vez que leí estas siglas en la pantalla de mi teléfono, aún sin conocer su significado, fue entre 2014 y 2015. Por entonces, yo acababa de empezar un grado en Bellas Artes, lejos de la ciudad donde crecí, y vivía en una residencia de estudiantes.
En esos años (y hasta ahora) estaba obsesionado con el masaje relajante y sus técnicas. Me encantaba ofrecer masajes a les compañeres de mi residencia. Así pues, había transformado mi cuarto en un espacio “público” del edificio (prueba de ello es que nunca cerré la puerta con llave) donde la gente venía a pasar el rato, pero también a relajarse y a recibir masajes.
Fue en esta época cuando comencé a ver en YouTube vídeos de escuelas de masaje en los que explicaban distintas técnicas de esta disciplina. Sin embargo, además de técnicas y conocimientos a aplicar sobre mis amigues, descubrí otra cosa: con el visionado de estos vídeos, concentrándome en la lentitud de los movimientos en la pantalla, mi propio cuerpo entraba en un estado de relajación en el cual aquellas acciones resonaban sobre mi piel. De cierta manera, sentía que los movimientos realizados por el masajista se reproducían en mi cuerpo. Una intensa sensación de relajación muscular u hormigueo recorría mi cuerpo desde la cabeza hasta los pies, como si un rayo atravesara mi columna vertebral para alcanzar todos los músculos de mi cuerpo. Esta extraña sensación pronto se convirtió en una obsesión.
Aquellos vídeos, que en un principio veía con un “propósito útil”, empezaron a cobrar valor por sí solos, mutando su utilidad a las propias sensaciones hápticas que desencadenaban sobre mi cuerpo. Así, en mis inagotables rutas en vídeo, empezaron a aparecer esas siglas. Cuatro letras que, cada vez más, comenzaban a poblar los títulos de aquellos vídeos que en un principio parecían estar destinados al aprendizaje del masaje: ASMR.
La sensación ASMR o “tingles” y los contenidos que la producen poco a poco cobraron un papel relevante, tanto en mi intimidad como en mi trabajo artístico. En 2015, aún obsesionado por la práctica del masaje, perfilé mi primera pieza en relación con el fenómeno. Mi intención en aquel momento era la de crear una comunidad de personas que se dieran placer unas a otras de forma altruista a través del masaje. En 2017, me percaté de cómo mi investigación, relacionada con la afectividad, la sensualidad y la construcción de identidad desde lo digital y lo escópico, entroncaba con mi (secreto) placer nocturno de ver “vídeos de ASMR”.
A partir de este año, enfoqué mi trabajo artístico en esa dirección, realizando piezas directamente relacionadas con el fenómeno (en forma de performances, vídeos, piezas de audio o conciertos) o incorporando algunas técnicas performativas y visuales desencadenantes de la sensación ASMR (“triggers”) a mi producción (el whispering, la incorporación de movimientos lentos, ciertas texturas, distintas maneras de hacer aparecer el cuerpo en la pieza, etc).
Mi experiencia no es distinta de la de otros agentes de la comunidad ASMR. Tanto espectadores como creadores de contenido (“ASMRtist”) relatan sus primeras veces como una experiencia sanadora de comunidad. En momentos de angustia emocional o de experimentar ciertas dolencias (insomnio, ansiedad o incluso depresión), los vÍdeos destinados a producir ASMR han ayudado a quienes los descubren a lidiar con estas patologías, llegando a aminorarlas. Así, la comunidad ASMR percibe su práctica como una suerte de “terapia online” en la cual los ASMRtist hacen el papel de “sanadores”. Estos últimos, suelen entender sus acciones como una forma de “devolución” a una comunidad en la que han encontrado un alivio a sus malestares. Algunos investigadores han explicado la comunidad ASMR como una suerte de red informe y altruista de cuidados online en constante transformación y en la que “sólo los tingles importan”; esto es, sólo importa el bienestar de los demás.
Considero que el fenómeno del ASMR está cruzado por ciertos vectores que atraviesan y explican otras muchas prácticas de la cultura contemporánea, ya sea en el ámbito laboral, en el de la visualidad o en lo relativo a nuestra relación con los objetos y su materialidad. Para mi ponencia en las jornadas Invertebrados traté de situar el fenómeno en su tiempo y contexto, explicarlo en sus aspectos sonoro y visual y analizar su historia, sus lógicas internas y la noción de “Comunidad ASMR”. Con el fenómeno situado, se trataba de vislumbrar qué información nos proporciona de su contexto histórico, así como su potencial futuro, tanto emancipador como tardocapitalista.