En este segundo boletín invertebrado, contamos la generosa participación de Núria Gómez Gabriel, investigadora, escritora, comisaria y creadora, entre otras muchas cosas. Además de todas estas etiquetas, Núria es una persona tremendamente afín a los espectros y una de las mayores estudiosas de lo fantasmal en nuestro país. Es de hecho doctora en el ámbito de la comunicación y las culturas visuales contemporáneas con la tesis Espectropolíticas. Imagen y Hauntología en las prácticas artísticas contemporáneas (2021) por la que, este pasado mayo de 2023, recibía el XXI Premio Extraordinario de Doctorado. Su práctica profesional atraviesa las pedagogías críticas, la escritura, la investigación artística y la curaduría de arte. En líneas generales, su investigación se centra en observar cómo se configuran los imaginarios del poder y la relación que estos guardan con los modos en los que la tecnología materializa la memoria.
Al respecto del mencionado doctorado (disponible online en este link), este se trata de una investigación que se interroga acerca de cuáles son los espectros políticos recurrentes en la cultura visual globalizada de nuestro presente y cuáles son las condiciones materiales de su retorno. Lejos de una comprensión del fantasma oscurantista como algo real, este trabajo de doctorado plantea su presencia como un signo o una metáfora de la visión que actúa como una figura clarificadora con un potencial específicamente ético y político. En este sentido, presenta la noción de la “espectropolítica” como una hauntología visual de las formas del asedio fantasmal de la imagen tele-tecno-mediática y sus dispositivos de captura de la subjetividad humana; para dilucidar, cómo, desde el campo de las prácticas artísticas y escénicas actuales, se invocan ciertas formas de ver o visualidades críticas capaces de restituir el pasado y construir nuevos imaginarios, subjetividades y formaciones políticas en la configuración de mundos.
Tras conocer la temática de su doctorado, desde invertebrados decidimos ponernos en contacto con Núria para plantearle que fuera la colaboradora central de este segundo boletín. Aquí recogemos, a continuación, un breve fragmento de una sección final del doctorado, confeccionada a modo de Postscriptum, donde Núria abre una brecha a futuras (re)consideraciones y líneas de investigación por venir sobre el objeto de estudio, ofreciendo igualmente algunas conclusiones después de finalizar el grueso de la investigación. Por supuesto, contamos con su consentimiento para la reproducción de este extracto en nuestra newsletter. Agradecemos enormemente a Núria su generosidad y confianza, su entera disposición a dejar pulular aquellos espectros sobre los que escribiría un par de años atrás. Como diría Derrida en su día, “¡larga vida a los fantasmas!”
Las luces fantasma de la UPAC en Kingston encendidas durante el estado de alarma (Marzo, 2020)
Las luces fantasma
La muerte está allí donde la imagen anula su presencia representativa, allí donde, más exactamente, la intensidad no re-productiva del re- de la representación gana en poder lo que el presente que representa pierde en presencia.
—Jacques Derrida
“Existe una vieja tradición simbólica que consiste en dejar una pequeña luz encendida en la sala de teatro cuando acaba la jornada de trabajo y queda vacía. A esta luz, que suele ser un trípode con una lámpara o un farolillo colocado en el centro del escenario, se la conoce como “luz fantasma” [ghost light]. Una luz que vela por la sala durante toda la noche para cuidar de que quienes llegan a primera hora o de aquellos que cierran el teatro, para que puedan transitar por el espacio sin sufrir ningún tipo de accidente como podía pasar, antiguamente, con el desnivel del foso de la orquestra o con la gran cantidad de accesorios que se acumulan, todavía hoy, entre bambalinas. Además de su uso práctico y simbólico, existen también otras narrativas sobre esta luz que relacionan sus orígenes con la superstición, como, por ejemplo, aquellas que dicen que ilumina el escenario para que los fantasmas que habitan el teatro puedan escenificar sus dramaturgias en una puesta en escena nocturna, solitaria y espectral. Porque hay quien cree que en cada teatro habita, al menos, un fantasma y hay teatros, como el Place Theatre de Londres, que dejan siempre dos sillas vacías para compartir con ellos la función. Algo que nos puede recordar a otros rituales de hospitalidad como el gesto mesiánico del judaísmo en el que, en su celebración del Pésaj, se deja un plato y una copa de vino de más en la mesa, para que Elías, el profeta, pueda unirse a la celebración en su llegada. Un ritual que provoca que durante los días de Pasqua siempre haya un plato en la mesa dispuesto para aquellos desconocidos que todavía están por venir. Pero, es a propósito del gesto hospitalario que Laura Llevadot, quien nos ha enseñado a leer a Jacques Derrida y quien nos ha abierto las puertas al pensamiento aporético, literario y dedicado a pensar(se) en la lengua como la base en la que se construyen las ficciones ontológicas que hemos tratado de analizar, escribe que “hospitalidad y hostilidad, a pesar de presentarse como antónimos, se conjugan a menudo en un mismo tiempo, […] que el prefijo hostis designa, en sus orígenes tanto al anfitrión como al enemigo”. Esta separación metafísica entre anfitrión-enemigo, entre unos y otros, es la base de las políticas de exclusión implícitas en la retórica identitaria de la pertinencia del nosotros. En este sentido, los espectros invocados en estas páginas aparecen para interrogarnos acerca de cómo aprender a vivir con los otros-que-hay-en-mí en un gesto que desplaza la hospitalidad binaria del “nosotros, los otros” hacia lo que podemos entender como una filosofía de la promiscuidad o una política de la desidentidad. Lo espectropolítico, en consecuencia, no es una política entre unos y otros, sino más bien una forma de desenterrar, de observar, todas las otredades que nos conforman construyendo nuevos códigos de comunicación para una base ética más justa e inclusiva.
A la luz fantasma de los teatros también se la conoce como “Luz de equidad” [Equity Light]. La luz testimonial que permanece encendida aun cuando el público se ha ido y que reclama justicia para los vivos igual que para los que no lo están. Pero el teatro contemporáneo se ha desteatralizado. El teatro, tal y como lo hemos estudiado aquí, es un teatro sin actores, paredes ni butacas. Un teatro donde queda el movimiento [dynamis], y queda también un público que se representa a sí mismo atrapado en el espectáculo de su propia vida. Es por eso que una de las preguntas que nos han acompañado a lo largo del proceso de esta investigación está justamente relacionada con esta equidad testimonial: si no hay teatro, porque el teatro está en todas partes, ¿donde encendemos esta luz fantasma?, ¿quién tiene el derecho de encenderla? y, ¿cuáles son los umbrales de su luminiscencia? El pasado 20 de marzo de 2020, en plena crisis sanitaria del SARS-CoV-2, el Royal Theatre de la ciudad británica de Saint Helens publicó en sus redes sociales una fotografía de su platea, con la luz fantasma encendida de forma permanente como gesto simbólico para recordar que, aunque las condiciones sociopolíticas y medioambientales del presente no les permitían abrir sus puertas, algún día regresarían a su lugar: “It means though the theatre is empty, WE WILL RETURN. So, here’s to us. The actors, the technicians, the front of house staff, the backstage crew, the directors, the carpenters, the designers, the dancers, the teachers, the students, the freelancers, those on tour, those at sea, the electricians, the stitchers, the makers, the stage managers… THE ARTISTS”. El lamento esperanzador del teatro británico ha sido replicado numerosas ocasiones en campañas de apoyo al sector cultural de las artes vivas para denunciar la precariedad económica y emocional en la que los cuerpos de la cultura ya llevan décadas sumergidos. Este es quizás el mayor de los espectros de nuestra sociedad occidental y con el que empezábamos esta investigación: el espectro T.I.N.A o la precariedad económica como forma de gobierno y sus consecuencias somatopolíticas. Unas consecuencias que han agotado los cuerpos haciendo de la desposesión, la hostilidad y la depresión sistémica una de las primeras causas de muerte.
[...]
Es curiosa la similitud formal entre una luz de emergencia y una luz fantasma. Hoy, atravesados por la muerte, detrás de máscaras sanitarias como detrás del yelmo le hablaba el rey muerto del Estado a Hamlet, nos miramos a los ojos en la cola de los supermercados. Después, la vida retirándose de la esfera pública y encarnándose en una esfera privada de realidad virtual mediada por imágenes... En la actualidad, la captura de la vida por parte del fascismo capitalista y el régimen neoliberal ha logrado legitimar las tecnologías de control y vigilancia bajo la falacia de la cooperación política con los Estados: “El dispositiu del control ja no es el segrest del temps de vida, és el teletreball”. De hecho, empezamos esta tesis doctoral, hace cuatro años, con una primera intención que consistía en estudiar las formas del acecho fantasmal de la imagen teletecno-mediática y sus dispositivos de captura de la subjetividad humana; para ver, cómo, desde el campo de las prácticas artísticas y escénicas actuales, se podían invocar memorias perdidas y ensayar formas de ver o visualidades críticas capaces de construir nuevos imaginarios, subjetividades y formaciones políticas en la creación de mundos. En una primera instancia, asentamos un marco fenomenológico sobre las imágenes recurrentes, aquellas que reaparecen del pasado para interrogar de nuevo al presente. Pero a lo largo del proceso de investigación, nos hemos estado preguntando por cuáles eran las condiciones materiales de su retorno. Y, en diálogo con esta cuestión, nos hemos aproximado a los rituales de duelo y a lo espectropolítico como centro de esta investigación.
[...]
Ahora, cerramos estas páginas, escritas con amor y con la amistad de todos los que nos han acompañado en el proceso, con su enorme hospitalidad y generosidad, con la imagen de un teatro sin teatro y su luz fantasma. Una cita visual que nos sirve para ilustrar la necesidad de seguir conversando y de seguir mirando, fracturando, hiriendo, lesionando, traumatizando la 306 interioridad que nos habita y hacerlo por una política sin mundo. Esta investigación no se cierra, si acaso se “interrumpe interminablemente”. Diremos, con las mismas palabras que dejo dichas Derrida en su estado de duelo, que “por muy preparad[a] que yo pudiera estar, lo hemos leído demasiado deprisa. Con una precipitación que ningún duelo puede amortiguar”. Nunca tendremos suficiente tiempo”.
Para finalizar, tenemos el placer de anunciar, tras la propagación de diversos rumores fantasmales aquí y allá, un proyecto expositivo que la propia Núria Gómez Gabriel está comisariando y que verá la luz el próximo 6 de julio en el Espai Capella de Barcelona y que se extenderá hasta el 24 de septiembre de este año: ángel peligrosamente búho [duelos, espectros y materialidad]
Se trata de un proyecto producido con el apoyo de “Barcelona Producció 2022-2023. La Capella, Institut de Cultura de Barcelona” en la que participan Manuel Alba Montes, Paula García-Masedo, Duncan GIbbs, Violeta Mayoral, Ángela Millano y Leticia Skrycky (en la exposición); José Begega, Marta Echaves, Ariadna Parreu y Sabina Urraca (en la publicación); Álvaro Chior (en comunicación); y Ainhoa Hernández (con una performance).
Banderola de la exposición
Un breve texto inédito, cedido por Núria, nos invita a imaginar, intuir y comenzar a proyectar la todavía incierta (y espectral) naturaleza de la muestra:
“Para una ética de la desorientación precisamos de la experiencia espectral y sus vicisitudes materiales. La espectralidad, como metáfora de los espacios que escapan a nuestra percepción y nuestro entendimiento, se relaciona con un tejido de mundos invisibles que acechan los límites de nuestro cuerpo físico y nuestro sistema perceptivo. En ángel peligrosamente búho les artistes proponen una materialidad espectral como ética de la desorientación. Una sensibilidad que busca proporcionar al tiempo actual una dimensión colectiva en lugar de productiva, repetitiva en lugar de lineal y reflexiva en lugar de progresiva”.
Flying Free, Violeta Mayoral, 2021. Fotograma de Carlos Llao y Pau Mira
Link a la web de La Capella para más info: https://www.lacapella.barcelona/es/angel-peligrosamente-buho-duelos-espectros-y-materialidad
En este segundo boletín invertebrado, contamos la generosa participación de Núria Gómez Gabriel, investigadora, escritora, comisaria y creadora, entre otras muchas cosas. Además de todas estas etiquetas, Núria es una persona tremendamente afín a los espectros y una de las mayores estudiosas de lo fantasmal en nuestro país. Es de hecho doctora en el ámbito de la comunicación y las culturas visuales contemporáneas con la tesis Espectropolíticas. Imagen y Hauntología en las prácticas artísticas contemporáneas (2021) por la que, este pasado mayo de 2023, recibía el XXI Premio Extraordinario de Doctorado. Su práctica profesional atraviesa las pedagogías críticas, la escritura, la investigación artística y la curaduría de arte. En líneas generales, su investigación se centra en observar cómo se configuran los imaginarios del poder y la relación que estos guardan con los modos en los que la tecnología materializa la memoria.
Al respecto del mencionado doctorado (disponible online en este link), este se trata de una investigación que se interroga acerca de cuáles son los espectros políticos recurrentes en la cultura visual globalizada de nuestro presente y cuáles son las condiciones materiales de su retorno. Lejos de una comprensión del fantasma oscurantista como algo real, este trabajo de doctorado plantea su presencia como un signo o una metáfora de la visión que actúa como una figura clarificadora con un potencial específicamente ético y político. En este sentido, presenta la noción de la “espectropolítica” como una hauntología visual de las formas del asedio fantasmal de la imagen tele-tecno-mediática y sus dispositivos de captura de la subjetividad humana; para dilucidar, cómo, desde el campo de las prácticas artísticas y escénicas actuales, se invocan ciertas formas de ver o visualidades críticas capaces de restituir el pasado y construir nuevos imaginarios, subjetividades y formaciones políticas en la configuración de mundos.
Tras conocer la temática de su doctorado, desde invertebrados decidimos ponernos en contacto con Núria para plantearle que fuera la colaboradora central de este segundo boletín. Aquí recogemos, a continuación, un breve fragmento de una sección final del doctorado, confeccionada a modo de Postscriptum, donde Núria abre una brecha a futuras (re)consideraciones y líneas de investigación por venir sobre el objeto de estudio, ofreciendo igualmente algunas conclusiones después de finalizar el grueso de la investigación. Por supuesto, contamos con su consentimiento para la reproducción de este extracto en nuestra newsletter. Agradecemos enormemente a Núria su generosidad y confianza, su entera disposición a dejar pulular aquellos espectros sobre los que escribiría un par de años atrás. Como diría Derrida en su día, “¡larga vida a los fantasmas!”
Las luces fantasma de la UPAC en Kingston encendidas durante el estado de alarma (Marzo, 2020)
Las luces fantasma
La muerte está allí donde la imagen anula su presencia representativa, allí donde, más exactamente, la intensidad no re-productiva del re- de la representación gana en poder lo que el presente que representa pierde en presencia.
—Jacques Derrida
“Existe una vieja tradición simbólica que consiste en dejar una pequeña luz encendida en la sala de teatro cuando acaba la jornada de trabajo y queda vacía. A esta luz, que suele ser un trípode con una lámpara o un farolillo colocado en el centro del escenario, se la conoce como “luz fantasma” [ghost light]. Una luz que vela por la sala durante toda la noche para cuidar de que quienes llegan a primera hora o de aquellos que cierran el teatro, para que puedan transitar por el espacio sin sufrir ningún tipo de accidente como podía pasar, antiguamente, con el desnivel del foso de la orquestra o con la gran cantidad de accesorios que se acumulan, todavía hoy, entre bambalinas. Además de su uso práctico y simbólico, existen también otras narrativas sobre esta luz que relacionan sus orígenes con la superstición, como, por ejemplo, aquellas que dicen que ilumina el escenario para que los fantasmas que habitan el teatro puedan escenificar sus dramaturgias en una puesta en escena nocturna, solitaria y espectral. Porque hay quien cree que en cada teatro habita, al menos, un fantasma y hay teatros, como el Place Theatre de Londres, que dejan siempre dos sillas vacías para compartir con ellos la función. Algo que nos puede recordar a otros rituales de hospitalidad como el gesto mesiánico del judaísmo en el que, en su celebración del Pésaj, se deja un plato y una copa de vino de más en la mesa, para que Elías, el profeta, pueda unirse a la celebración en su llegada. Un ritual que provoca que durante los días de Pasqua siempre haya un plato en la mesa dispuesto para aquellos desconocidos que todavía están por venir. Pero, es a propósito del gesto hospitalario que Laura Llevadot, quien nos ha enseñado a leer a Jacques Derrida y quien nos ha abierto las puertas al pensamiento aporético, literario y dedicado a pensar(se) en la lengua como la base en la que se construyen las ficciones ontológicas que hemos tratado de analizar, escribe que “hospitalidad y hostilidad, a pesar de presentarse como antónimos, se conjugan a menudo en un mismo tiempo, […] que el prefijo hostis designa, en sus orígenes tanto al anfitrión como al enemigo”. Esta separación metafísica entre anfitrión-enemigo, entre unos y otros, es la base de las políticas de exclusión implícitas en la retórica identitaria de la pertinencia del nosotros. En este sentido, los espectros invocados en estas páginas aparecen para interrogarnos acerca de cómo aprender a vivir con los otros-que-hay-en-mí en un gesto que desplaza la hospitalidad binaria del “nosotros, los otros” hacia lo que podemos entender como una filosofía de la promiscuidad o una política de la desidentidad. Lo espectropolítico, en consecuencia, no es una política entre unos y otros, sino más bien una forma de desenterrar, de observar, todas las otredades que nos conforman construyendo nuevos códigos de comunicación para una base ética más justa e inclusiva.
A la luz fantasma de los teatros también se la conoce como “Luz de equidad” [Equity Light]. La luz testimonial que permanece encendida aun cuando el público se ha ido y que reclama justicia para los vivos igual que para los que no lo están. Pero el teatro contemporáneo se ha desteatralizado. El teatro, tal y como lo hemos estudiado aquí, es un teatro sin actores, paredes ni butacas. Un teatro donde queda el movimiento [dynamis], y queda también un público que se representa a sí mismo atrapado en el espectáculo de su propia vida. Es por eso que una de las preguntas que nos han acompañado a lo largo del proceso de esta investigación está justamente relacionada con esta equidad testimonial: si no hay teatro, porque el teatro está en todas partes, ¿donde encendemos esta luz fantasma?, ¿quién tiene el derecho de encenderla? y, ¿cuáles son los umbrales de su luminiscencia? El pasado 20 de marzo de 2020, en plena crisis sanitaria del SARS-CoV-2, el Royal Theatre de la ciudad británica de Saint Helens publicó en sus redes sociales una fotografía de su platea, con la luz fantasma encendida de forma permanente como gesto simbólico para recordar que, aunque las condiciones sociopolíticas y medioambientales del presente no les permitían abrir sus puertas, algún día regresarían a su lugar: “It means though the theatre is empty, WE WILL RETURN. So, here’s to us. The actors, the technicians, the front of house staff, the backstage crew, the directors, the carpenters, the designers, the dancers, the teachers, the students, the freelancers, those on tour, those at sea, the electricians, the stitchers, the makers, the stage managers… THE ARTISTS”. El lamento esperanzador del teatro británico ha sido replicado numerosas ocasiones en campañas de apoyo al sector cultural de las artes vivas para denunciar la precariedad económica y emocional en la que los cuerpos de la cultura ya llevan décadas sumergidos. Este es quizás el mayor de los espectros de nuestra sociedad occidental y con el que empezábamos esta investigación: el espectro T.I.N.A o la precariedad económica como forma de gobierno y sus consecuencias somatopolíticas. Unas consecuencias que han agotado los cuerpos haciendo de la desposesión, la hostilidad y la depresión sistémica una de las primeras causas de muerte.
[...]
Es curiosa la similitud formal entre una luz de emergencia y una luz fantasma. Hoy, atravesados por la muerte, detrás de máscaras sanitarias como detrás del yelmo le hablaba el rey muerto del Estado a Hamlet, nos miramos a los ojos en la cola de los supermercados. Después, la vida retirándose de la esfera pública y encarnándose en una esfera privada de realidad virtual mediada por imágenes... En la actualidad, la captura de la vida por parte del fascismo capitalista y el régimen neoliberal ha logrado legitimar las tecnologías de control y vigilancia bajo la falacia de la cooperación política con los Estados: “El dispositiu del control ja no es el segrest del temps de vida, és el teletreball”. De hecho, empezamos esta tesis doctoral, hace cuatro años, con una primera intención que consistía en estudiar las formas del acecho fantasmal de la imagen teletecno-mediática y sus dispositivos de captura de la subjetividad humana; para ver, cómo, desde el campo de las prácticas artísticas y escénicas actuales, se podían invocar memorias perdidas y ensayar formas de ver o visualidades críticas capaces de construir nuevos imaginarios, subjetividades y formaciones políticas en la creación de mundos. En una primera instancia, asentamos un marco fenomenológico sobre las imágenes recurrentes, aquellas que reaparecen del pasado para interrogar de nuevo al presente. Pero a lo largo del proceso de investigación, nos hemos estado preguntando por cuáles eran las condiciones materiales de su retorno. Y, en diálogo con esta cuestión, nos hemos aproximado a los rituales de duelo y a lo espectropolítico como centro de esta investigación.
[...]
Ahora, cerramos estas páginas, escritas con amor y con la amistad de todos los que nos han acompañado en el proceso, con su enorme hospitalidad y generosidad, con la imagen de un teatro sin teatro y su luz fantasma. Una cita visual que nos sirve para ilustrar la necesidad de seguir conversando y de seguir mirando, fracturando, hiriendo, lesionando, traumatizando la 306 interioridad que nos habita y hacerlo por una política sin mundo. Esta investigación no se cierra, si acaso se “interrumpe interminablemente”. Diremos, con las mismas palabras que dejo dichas Derrida en su estado de duelo, que “por muy preparad[a] que yo pudiera estar, lo hemos leído demasiado deprisa. Con una precipitación que ningún duelo puede amortiguar”. Nunca tendremos suficiente tiempo”.
Para finalizar, tenemos el placer de anunciar, tras la propagación de diversos rumores fantasmales aquí y allá, un proyecto expositivo que la propia Núria Gómez Gabriel está comisariando y que verá la luz el próximo 6 de julio en el Espai Capella de Barcelona y que se extenderá hasta el 24 de septiembre de este año: ángel peligrosamente búho [duelos, espectros y materialidad]
Se trata de un proyecto producido con el apoyo de “Barcelona Producció 2022-2023. La Capella, Institut de Cultura de Barcelona” en la que participan Manuel Alba Montes, Paula García-Masedo, Duncan GIbbs, Violeta Mayoral, Ángela Millano y Leticia Skrycky (en la exposición); José Begega, Marta Echaves, Ariadna Parreu y Sabina Urraca (en la publicación); Álvaro Chior (en comunicación); y Ainhoa Hernández (con una performance).
Banderola de la exposición
Un breve texto inédito, cedido por Núria, nos invita a imaginar, intuir y comenzar a proyectar la todavía incierta (y espectral) naturaleza de la muestra:
“Para una ética de la desorientación precisamos de la experiencia espectral y sus vicisitudes materiales. La espectralidad, como metáfora de los espacios que escapan a nuestra percepción y nuestro entendimiento, se relaciona con un tejido de mundos invisibles que acechan los límites de nuestro cuerpo físico y nuestro sistema perceptivo. En ángel peligrosamente búho les artistes proponen una materialidad espectral como ética de la desorientación. Una sensibilidad que busca proporcionar al tiempo actual una dimensión colectiva en lugar de productiva, repetitiva en lugar de lineal y reflexiva en lugar de progresiva”.
Flying Free, Violeta Mayoral, 2021. Fotograma de Carlos Llao y Pau Mira
Link a la web de La Capella para más info: https://www.lacapella.barcelona/es/angel-peligrosamente-buho-duelos-espectros-y-materialidad