Javier Iáñez
Según la quinta edición del Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders —algo así como la biblia del hipocondríaco— la claustrofobia es «el miedo o pánico a estar en espacios cerrados o limitados», del mismo modo que la agorafobia será «el miedo desproporcionado a estar en espacios públicos, abiertos o atestados de gente». En estos casos, los ataques de pánico no están causados por el espacio sino por el propio miedo: un claustrofóbico/agorafóbico no tiene miedo al espacio sino a las posibilidades del espacio, a la contingencia catastrófica que acecha en cualquier arquitectura. Si me encuentro en un espacio cerrado,
¿cuáles son las posibilidades de que algo terrible me suceda? Si estoy en mitad de un espacio abierto, ¿hacia dónde puedo huir exactamente ante cualquier terrible y repentino imprevisto? Afirmar que el claustrofóbico/agorafóbico tiene miedo al miedo puede resultar tan terrible como tautológico, pero hay un matiz que es necesario tener en cuenta para desmantelar esta postura. Podemos hacer una breve reducción de motivos para llegar al quid de la cuestión:
Los miedos del claustrofóbico/agorafóbico no tienen tanto que ver con la condición del espacio (cerrado o abierto) sino con su tamaño: cuanto más pequeño sea el espacio cerrado, más ansiedad sentirá el claustrofóbico, mientras que cuanto más amplio sea el espacio abierto, más ansiedad sentirá el agorafóbico — poco espacio aterra a uno y mucho espacio espanta al otro—. Llegados a este punto, pueden resultar útiles las consideraciones que Rem Koolhaas emitió sobre la Grandeza (con G mayúscula).
Para Koolhaas, la Grandeza «es la única arquitectura que se las ingenia para afrontar lo imprevisible», además de poder «sustentar una proliferación promiscua de acontecimientos en un único contenedor» [2]. De la Grandeza parece depender la cantidad de acontecimientos imprevisibles que pueden tener lugar en un espacio: pero, en realidad, el claustrofóbico/agorafóbico no tiene miedo a la cantidad de acontecimientos imprevisibles, sino a su cercanía. Podemos tomar el siguiente caso paradójico: en un espacio cerrado amplio (mayor presencia de Grandeza espacial), el claustrofóbico experimentará menos ansiedad al sentir que las posibilidades catastróficas se disipan en el espacio, igual que un espacio abierto reducido (menor presencia de Grandeza espacial) calmará al agorafóbico al sentir que la ayuda (o escapatoria) es- tará más cerca en caso de sufrir un ataque de ansiedad. De esta forma, su miedo no es cuantitativo (¿cuántas posibilidades catastróficas habitan en el espacio imprevisible?) sino distancial (¿cómo de cerca se encuentran esas posibilidades?). Esto también puede plantearse de la siguiente manera: en un espacio cerrado amplio, el claustrofóbico se siente aliviado porque, si bien hay más posibilidades, también se encuentran más lejos de él; del mismo modo, el agorafóbico sabe que en un espacio abierto reducido hay menos posibilidades de ayuda que en uno más amplio, pero estas posibilidades estarán más cercanas.
El claustrofóbico/agorafóbico, por lo tanto, no tiene realmente miedo a estar en un sitio cerrado o abierto, tampoco a encontrarse dentro o fuera. No tiene miedo al espacio, sino a las posibilidades del espacio. No tiene miedo a la cantidad sino a la cercanía. Tiene miedo a encontrarse demasiado cerca o demasiado lejos [3]. Surgen entonces dudas para considerar este asunto como una patología espacial, y prefiero establecer un diagnóstico de patología distancial (eso sí, condicionada en todo momento por las condiciones espaciales). No se trata exclusivamente de lo lejos o cerca que se encuentren las posibilidades imprevistas; también influye la cercanía de la salvación. La ansiedad viene igualmente causada por lo fácil o difícil que resulte recorrer la distancia necesaria para escapar de los miedos especulativos. Richard Sennett señala: «Ahora clasificamos los espacios urbanos en función de lo fácil que sea atravesarlos o salir de ellos» [4]. El enfermo distancial clasificará el espacio según lo fácil que sea sufrir en su interior y lo difícil que sea salir de allí (o viceversa).
El claustrofóbico/agorafóbico clasifica los espacios obsesivamente en función de lo fácil que sea salir de ellos, mide las distancias compulsivamente según las diferentes formas de huir: porque un enfermo distancial es un cuerpo que piensa constantemente en huir. Se lamentaba Mark Fisher de que «el depresivo ni siquiera tiene derecho al confort del que disfruta el paranoico, ya que no puede creer que los hilos son manejados por alguien» [5]. De un modo similar, el enfermo distancial tendrá la constante ansiedad paranoica de saber que es necesario huir, pero carece del confort de saber cómo o hacia dónde.
1. Esta investigación nace con un artículo inédito que escribí en 2021 y que llevaba por título «Antinomias de las patologías distanciales contemporáneas: algunos comentarios sobre claustrofobia y agorafobia». Fue entonces cuando me propuse realizar una relectura de estas patologías para plantearlas como un problema de distancia, no de espacio.
2. Rem Koolhas, «Grandeza o el problema de la talla» en Acerca de la ciudad (Barcelona: Gustavo Gili, 2014), pp. 30 y 31.
3. Aquí, los miedos adquieren un carácter cuasi aurático en el sentido benjaminiano.
4. Richard Sennett, Carne y piedra: el cuerpo y la ciudad en la civilización occidental (Madrid: Alianza, 2019), 21.
5. Mark Fisher, Los fantasmas de mi vida: escritos sobre depresión, hauntología y futuros perdidos (Buenos Aires: Caja Negra, 2018), 101.
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Javier Iáñez
Según la quinta edición del Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders —algo así como la biblia del hipocondríaco— la claustrofobia es «el miedo o pánico a estar en espacios cerrados o limitados», del mismo modo que la agorafobia será «el miedo desproporcionado a estar en espacios públicos, abiertos o atestados de gente». En estos casos, los ataques de pánico no están causados por el espacio sino por el propio miedo: un claustrofóbico/agorafóbico no tiene miedo al espacio sino a las posibilidades del espacio, a la contingencia catastrófica que acecha en cualquier arquitectura. Si me encuentro en un espacio cerrado,
¿cuáles son las posibilidades de que algo terrible me suceda? Si estoy en mitad de un espacio abierto, ¿hacia dónde puedo huir exactamente ante cualquier terrible y repentino imprevisto? Afirmar que el claustrofóbico/agorafóbico tiene miedo al miedo puede resultar tan terrible como tautológico, pero hay un matiz que es necesario tener en cuenta para desmantelar esta postura. Podemos hacer una breve reducción de motivos para llegar al quid de la cuestión:
Los miedos del claustrofóbico/agorafóbico no tienen tanto que ver con la condición del espacio (cerrado o abierto) sino con su tamaño: cuanto más pequeño sea el espacio cerrado, más ansiedad sentirá el claustrofóbico, mientras que cuanto más amplio sea el espacio abierto, más ansiedad sentirá el agorafóbico — poco espacio aterra a uno y mucho espacio espanta al otro—. Llegados a este punto, pueden resultar útiles las consideraciones que Rem Koolhaas emitió sobre la Grandeza (con G mayúscula).
Para Koolhaas, la Grandeza «es la única arquitectura que se las ingenia para afrontar lo imprevisible», además de poder «sustentar una proliferación promiscua de acontecimientos en un único contenedor» [2]. De la Grandeza parece depender la cantidad de acontecimientos imprevisibles que pueden tener lugar en un espacio: pero, en realidad, el claustrofóbico/agorafóbico no tiene miedo a la cantidad de acontecimientos imprevisibles, sino a su cercanía. Podemos tomar el siguiente caso paradójico: en un espacio cerrado amplio (mayor presencia de Grandeza espacial), el claustrofóbico experimentará menos ansiedad al sentir que las posibilidades catastróficas se disipan en el espacio, igual que un espacio abierto reducido (menor presencia de Grandeza espacial) calmará al agorafóbico al sentir que la ayuda (o escapatoria) es- tará más cerca en caso de sufrir un ataque de ansiedad. De esta forma, su miedo no es cuantitativo (¿cuántas posibilidades catastróficas habitan en el espacio imprevisible?) sino distancial (¿cómo de cerca se encuentran esas posibilidades?). Esto también puede plantearse de la siguiente manera: en un espacio cerrado amplio, el claustrofóbico se siente aliviado porque, si bien hay más posibilidades, también se encuentran más lejos de él; del mismo modo, el agorafóbico sabe que en un espacio abierto reducido hay menos posibilidades de ayuda que en uno más amplio, pero estas posibilidades estarán más cercanas.
El claustrofóbico/agorafóbico, por lo tanto, no tiene realmente miedo a estar en un sitio cerrado o abierto, tampoco a encontrarse dentro o fuera. No tiene miedo al espacio, sino a las posibilidades del espacio. No tiene miedo a la cantidad sino a la cercanía. Tiene miedo a encontrarse demasiado cerca o demasiado lejos [3]. Surgen entonces dudas para considerar este asunto como una patología espacial, y prefiero establecer un diagnóstico de patología distancial (eso sí, condicionada en todo momento por las condiciones espaciales). No se trata exclusivamente de lo lejos o cerca que se encuentren las posibilidades imprevistas; también influye la cercanía de la salvación. La ansiedad viene igualmente causada por lo fácil o difícil que resulte recorrer la distancia necesaria para escapar de los miedos especulativos. Richard Sennett señala: «Ahora clasificamos los espacios urbanos en función de lo fácil que sea atravesarlos o salir de ellos» [4]. El enfermo distancial clasificará el espacio según lo fácil que sea sufrir en su interior y lo difícil que sea salir de allí (o viceversa).
El claustrofóbico/agorafóbico clasifica los espacios obsesivamente en función de lo fácil que sea salir de ellos, mide las distancias compulsivamente según las diferentes formas de huir: porque un enfermo distancial es un cuerpo que piensa constantemente en huir. Se lamentaba Mark Fisher de que «el depresivo ni siquiera tiene derecho al confort del que disfruta el paranoico, ya que no puede creer que los hilos son manejados por alguien» [5]. De un modo similar, el enfermo distancial tendrá la constante ansiedad paranoica de saber que es necesario huir, pero carece del confort de saber cómo o hacia dónde.
1. Esta investigación nace con un artículo inédito que escribí en 2021 y que llevaba por título «Antinomias de las patologías distanciales contemporáneas: algunos comentarios sobre claustrofobia y agorafobia». Fue entonces cuando me propuse realizar una relectura de estas patologías para plantearlas como un problema de distancia, no de espacio.
2. Rem Koolhas, «Grandeza o el problema de la talla» en Acerca de la ciudad (Barcelona: Gustavo Gili, 2014), pp. 30 y 31.
3. Aquí, los miedos adquieren un carácter cuasi aurático en el sentido benjaminiano.
4. Richard Sennett, Carne y piedra: el cuerpo y la ciudad en la civilización occidental (Madrid: Alianza, 2019), 21.
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