Julia Ramírez-Blanco
Como en anteriores entregas del boletín invertebrado, para esta tercera edición se ha seleccionado una investigadora que consideramos de absoluta relevancia con respecto a la temática planteada. En este caso, se trata de la investigadora Julia Ramírez-Blanco, cuyo trabajo conecta la historia del arte, los estudios utópicos y los movimientos activistas. Julia ha realizado investigaciones sobre la iconografía política de los movimientos sociales, centrándose en el ecologismo británico de acción directa de los años 90 y en el movimiento 15M, que en 2011 ocupó las plazas de las ciudades españolas con campamentos de activistas. También ha escrito sobre las relaciones entre arte contemporáneo y la utopía, y sobre la historia de los colectivos artísticos. En Barcelona, colaboró ampliamente con el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA) y en el Museo Reina Sofía de Madrid ha comisariado los materiales del 15M para la reciente reorganización de la colección permanente. En el Reina Sofía forma parte del grupo del seminario de “Ecologías críticas” en Tejidos Conjuntivos, el Programa de Estudios Propios en Museología Crítica, Prácticas Artísticas de Investigación y Estudios Culturales. Actualmente trabaja en torno a las utopías ecológicas frente a la crisis climática.
Con respecto a lo monstruoso, Julia fue la editora de Pequeño bestiario de monstruos políticos (CENDEAC, 2020), un libro que cuenta con una fabulosa introducción de la propia Julia, que tanto ella como el CENDEAC nos han cedido muy amablemente para su publicación. Por contextualizar brevemente el libro, Pequeño bestiario de monstruos políticos consiste en un proyecto ensayístico que aborda el subtexto de los monstruos como construcción cultural de sentido político. Desde los regímenes políticos que representan, hasta los temores sociales que encarnan, y las razones por las cuales en determinados momentos se tornan motivo de terror colectivo, este bestiario analiza diferentes criaturas híbridas surgidas del deseo y del miedo colectivo.
Como muestra de algunas de las tesis planteadas en el libro, en el que participan con diferentes ensayos teóricxs de referencia sobre lo fantástico como Jordi Claramonte o Tonia Raquejo, ofrecemos en abierto al lector de nuestro boletín un extracto muy significativo de la introducción, donde Julia Ramírez-Blanco esboza algunas de las ideas, planteamientos y enfoques fundamentales de esta apropiación y resignificación de la noción del “monstruo” y del paradigma conceptual y político de lo monstruoso. Queremos agradecer profundamente a Julia la colaboración e igualmente al CENDEAC por la cesión de los derechos para publicar el extracto que sigue.
El presente está marcado por la inquietud. Las fuerzas que mueven el mundo se escapan a nuestra comprensión, y la existencia se nos presenta al filo constante de precipicios oscuros. Muchos de nuestros peligros, dolores y pánicos tienen su origen en la violencia económica y las injusticias sociales. Por eso, cuando proyectamos monstruos, esas criaturas tienen, también, un sentido político. Pero, al igual que sucede con sus propios contornos, la dirección ideológica de estas criaturas es múltiple y cambiante. Y su creación sirve tanto para subvertir el orden social como para defenderlo.
Algunos monstruos pueden leerse como la personificación de los poderosos a partir de figuras siniestras (1). Un ejemplo sería la concepción clásica del Conde Drácula, aristócrata extractivista que expolia la sangre misma de toda una comarca. Estos seres encarnan a la indefensión que nos generan la pobreza, las prácticas represivas, la incertidumbre económica, o la precarización de la vida. Representaciones como éstas resultan lógicas: las causas y responsables últimos de la miseria a menudo se sienten tan informes e incomprensibles como las criaturas seculares de la noche.
Pero los monstruos pueden ser también proyecciones relacionadas con las grietas dentro del orden establecido. En sus “Tesis monstruosas” (2), el teórico cultural Jeffrey Jerome define al monstruo como una criatura cuyo sentido híbrido –de ser humano y animal, de vivo y muerto, de natural y sobrenatural–, pone en crisis las distinciones binarias que sustentan nuestra sociedad. Asimismo, Cohen establece el rol de la monstruosidad como encarnación misma de la otredad y la diferencia: en ese sentido deben verse la invención de mujeres monstruosas o la ideación de razas fantásticas fuera de las propias fronteras. En sus palabras:
“Dado que los registradores de la historia de Occidente han sido principalmente europeos y masculinos, las mujeres (Ella) y los no-blancos (¡Ellos!) se han encontrado repetidamente transformados en monstruos, ya sea para validar alineaciones específicas de masculinidad y blancura, o simplemente para ser empujados de su reino del pensamiento” (3).
Pero, frente al carácter disciplinador de estas últimas representaciones una opción es apropiarse de ellas. En ese sentido, cada vez más, podemos hablar de un “orgullo monstruoso”: si el poder ha planteado como monstruos a todos aquellos que se escapan a su sistema de normatividad, y muchas criaturas son expresiones del machismo, el racismo o la xenofobia, hoy podemos reivindicarlas con una suerte de orgullo.
Desde el feminismo, el antirracismo, o los movimientos LGTBI los monstruos se recuperan como figuras de poder y subversión frente a los poderes establecidos. Buscando adueñarse de relatos culturales que han querido demonizarlos, se erigen como formas de empoderamiento. El sentido liberador del monstruo no acaba ahí. Desde el poshumanismo también se augura la capacidad del ser híbrido para superar las categorías binarias y la estructura patriarcal de Occidente (4). Del monstruo como terror, pasamos a la monstruosidad como reivindicación. Del monstruo como algo a vencer, llegamos al monstruo como arma contra las injusticias. En definitiva, a las criaturas híbridas como seres que prefiguran una visión del mundo menos dicotómica, un futuro menos atemorizado y más justo.
Tanto los monstruos como sus proyecciones responden a una especificidad cultural. Si las motivaciones profundas que guían nuestra fascinación por el monstruo pueden ser tan antiguas como el propio ser humano, con cada generación las criaturas adoptan la forma de nuestros temores históricos. El filósofo Michel Foucault señalaba cómo “en cada época [...] hubo formas privilegiadas de monstruos” (5). Y en cierto modo, la variación de sus formas supone un autorretrato de su tiempo.
Este Pequeño bestiario de monstruos políticos plantea un análisis de nuestro mundo a partir de estos seres híbridos: desde los regímenes políticos que representan hasta los temores sociales que encarnan, y las razones por las cuales en determinados momentos unos seres y no otros sirven para expresar el terror colectivo. La política genera monstruos y los monstruos hablan de política.
(1) Véase, por ejemplo, Claramonte Arrufaz, J. “La vida social de los monstruos. Un acercamiento a los modos de la imaginación política”. En: Astrolabio. Revista internacional de filosofía. Núm. 13, 2012, pp. 120-128. Cla- ramonte clasifica los monstruos como “monstruos aristocráticos, de masas, endógenos y experienciales”.
(2) Jeffrey Jerome Cohen. “Monster Culture (Seven Theses)“, Jeffrey Jerome Cohen (ed.), Monster Theory. Reading Culture. Mineápolis-Londres: 1996.
(3) Cohen, J. J. op. cit. p. 15.
(4) Véase Haraway, D. (1991): «Manifiesto para cyborgs: ciencia, tecnología y feminismo socialista a finales del siglo XX». En Haraway, D. Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza. Madrid: Cátedra, 1991 y Las promesas de los monstruos. Ensayos sobre ciencia, naturaleza y otros inadaptados. Barcelona: Holobionte edi- ciones, 2019 y Braidotti, R. Lo Poshumano. Barcelona: Gedisa, 2015.
(5) Foucault, M. Los anormales. Curso del Colleége de France (1974-1975). Buenos Aires: 2007, p. 72.
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Julia Ramírez-Blanco
Como en anteriores entregas del boletín invertebrado, para esta tercera edición se ha seleccionado una investigadora que consideramos de absoluta relevancia con respecto a la temática planteada. En este caso, se trata de la investigadora Julia Ramírez-Blanco, cuyo trabajo conecta la historia del arte, los estudios utópicos y los movimientos activistas. Julia ha realizado investigaciones sobre la iconografía política de los movimientos sociales, centrándose en el ecologismo británico de acción directa de los años 90 y en el movimiento 15M, que en 2011 ocupó las plazas de las ciudades españolas con campamentos de activistas. También ha escrito sobre las relaciones entre arte contemporáneo y la utopía, y sobre la historia de los colectivos artísticos. En Barcelona, colaboró ampliamente con el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA) y en el Museo Reina Sofía de Madrid ha comisariado los materiales del 15M para la reciente reorganización de la colección permanente. En el Reina Sofía forma parte del grupo del seminario de “Ecologías críticas” en Tejidos Conjuntivos, el Programa de Estudios Propios en Museología Crítica, Prácticas Artísticas de Investigación y Estudios Culturales. Actualmente trabaja en torno a las utopías ecológicas frente a la crisis climática.
Con respecto a lo monstruoso, Julia fue la editora de Pequeño bestiario de monstruos políticos (CENDEAC, 2020), un libro que cuenta con una fabulosa introducción de la propia Julia, que tanto ella como el CENDEAC nos han cedido muy amablemente para su publicación. Por contextualizar brevemente el libro, Pequeño bestiario de monstruos políticos consiste en un proyecto ensayístico que aborda el subtexto de los monstruos como construcción cultural de sentido político. Desde los regímenes políticos que representan, hasta los temores sociales que encarnan, y las razones por las cuales en determinados momentos se tornan motivo de terror colectivo, este bestiario analiza diferentes criaturas híbridas surgidas del deseo y del miedo colectivo.
Como muestra de algunas de las tesis planteadas en el libro, en el que participan con diferentes ensayos teóricxs de referencia sobre lo fantástico como Jordi Claramonte o Tonia Raquejo, ofrecemos en abierto al lector de nuestro boletín un extracto muy significativo de la introducción, donde Julia Ramírez-Blanco esboza algunas de las ideas, planteamientos y enfoques fundamentales de esta apropiación y resignificación de la noción del “monstruo” y del paradigma conceptual y político de lo monstruoso. Queremos agradecer profundamente a Julia la colaboración e igualmente al CENDEAC por la cesión de los derechos para publicar el extracto que sigue.
El presente está marcado por la inquietud. Las fuerzas que mueven el mundo se escapan a nuestra comprensión, y la existencia se nos presenta al filo constante de precipicios oscuros. Muchos de nuestros peligros, dolores y pánicos tienen su origen en la violencia económica y las injusticias sociales. Por eso, cuando proyectamos monstruos, esas criaturas tienen, también, un sentido político. Pero, al igual que sucede con sus propios contornos, la dirección ideológica de estas criaturas es múltiple y cambiante. Y su creación sirve tanto para subvertir el orden social como para defenderlo.
Algunos monstruos pueden leerse como la personificación de los poderosos a partir de figuras siniestras (1). Un ejemplo sería la concepción clásica del Conde Drácula, aristócrata extractivista que expolia la sangre misma de toda una comarca. Estos seres encarnan a la indefensión que nos generan la pobreza, las prácticas represivas, la incertidumbre económica, o la precarización de la vida. Representaciones como éstas resultan lógicas: las causas y responsables últimos de la miseria a menudo se sienten tan informes e incomprensibles como las criaturas seculares de la noche.
Pero los monstruos pueden ser también proyecciones relacionadas con las grietas dentro del orden establecido. En sus “Tesis monstruosas” (2), el teórico cultural Jeffrey Jerome define al monstruo como una criatura cuyo sentido híbrido –de ser humano y animal, de vivo y muerto, de natural y sobrenatural–, pone en crisis las distinciones binarias que sustentan nuestra sociedad. Asimismo, Cohen establece el rol de la monstruosidad como encarnación misma de la otredad y la diferencia: en ese sentido deben verse la invención de mujeres monstruosas o la ideación de razas fantásticas fuera de las propias fronteras. En sus palabras:
“Dado que los registradores de la historia de Occidente han sido principalmente europeos y masculinos, las mujeres (Ella) y los no-blancos (¡Ellos!) se han encontrado repetidamente transformados en monstruos, ya sea para validar alineaciones específicas de masculinidad y blancura, o simplemente para ser empujados de su reino del pensamiento” (3).
Pero, frente al carácter disciplinador de estas últimas representaciones una opción es apropiarse de ellas. En ese sentido, cada vez más, podemos hablar de un “orgullo monstruoso”: si el poder ha planteado como monstruos a todos aquellos que se escapan a su sistema de normatividad, y muchas criaturas son expresiones del machismo, el racismo o la xenofobia, hoy podemos reivindicarlas con una suerte de orgullo.
Desde el feminismo, el antirracismo, o los movimientos LGTBI los monstruos se recuperan como figuras de poder y subversión frente a los poderes establecidos. Buscando adueñarse de relatos culturales que han querido demonizarlos, se erigen como formas de empoderamiento. El sentido liberador del monstruo no acaba ahí. Desde el poshumanismo también se augura la capacidad del ser híbrido para superar las categorías binarias y la estructura patriarcal de Occidente (4). Del monstruo como terror, pasamos a la monstruosidad como reivindicación. Del monstruo como algo a vencer, llegamos al monstruo como arma contra las injusticias. En definitiva, a las criaturas híbridas como seres que prefiguran una visión del mundo menos dicotómica, un futuro menos atemorizado y más justo.
Tanto los monstruos como sus proyecciones responden a una especificidad cultural. Si las motivaciones profundas que guían nuestra fascinación por el monstruo pueden ser tan antiguas como el propio ser humano, con cada generación las criaturas adoptan la forma de nuestros temores históricos. El filósofo Michel Foucault señalaba cómo “en cada época [...] hubo formas privilegiadas de monstruos” (5). Y en cierto modo, la variación de sus formas supone un autorretrato de su tiempo.
Este Pequeño bestiario de monstruos políticos plantea un análisis de nuestro mundo a partir de estos seres híbridos: desde los regímenes políticos que representan hasta los temores sociales que encarnan, y las razones por las cuales en determinados momentos unos seres y no otros sirven para expresar el terror colectivo. La política genera monstruos y los monstruos hablan de política.
(1) Véase, por ejemplo, Claramonte Arrufaz, J. “La vida social de los monstruos. Un acercamiento a los modos de la imaginación política”. En: Astrolabio. Revista internacional de filosofía. Núm. 13, 2012, pp. 120-128. Cla- ramonte clasifica los monstruos como “monstruos aristocráticos, de masas, endógenos y experienciales”.
(2) Jeffrey Jerome Cohen. “Monster Culture (Seven Theses)“, Jeffrey Jerome Cohen (ed.), Monster Theory. Reading Culture. Mineápolis-Londres: 1996.
(3) Cohen, J. J. op. cit. p. 15.
(4) Véase Haraway, D. (1991): «Manifiesto para cyborgs: ciencia, tecnología y feminismo socialista a finales del siglo XX». En Haraway, D. Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza. Madrid: Cátedra, 1991 y Las promesas de los monstruos. Ensayos sobre ciencia, naturaleza y otros inadaptados. Barcelona: Holobionte edi- ciones, 2019 y Braidotti, R. Lo Poshumano. Barcelona: Gedisa, 2015.
(5) Foucault, M. Los anormales. Curso del Colleége de France (1974-1975). Buenos Aires: 2007, p. 72.