Solo un fantasma es capaz de hablarnos de lo que sucede en el mundo con cierta distancia crítica (y poética, claro). Siendo unx un fantasma, las cosas se ven de otra forma: con algo de perspectiva (eso seguro). Esta condición espectral te permite, además, infiltrarte allí donde quizás no te arriesgarías a entrar; deambular por donde quizás pasarías con miedo, velozmente y de puntillas, evitando montar un circo, tratando de no generar un gran estruendo. Lejos de cualquier temor semejante y encarnando el fantasma como voz narradora (en “primerísima” persona), encontramos la reciente publicación del fantástico libro de Iván de la Nuez Posmo (Consonni, febrero de 2023), que arranca de la siguiente manera: “En enero de 2015, recibí un documento para el que uno no suele estar preparado: me fue entregada, en La Habana, una tarjeta de defunción a mi nombre, expedida por los Servicios Necrológicos de la funeraria”.
El libro comienza con la muerte del autor (¡qué maravilla!). No se trata de una ficción, aunque sí de un “hecho insólito”, de “un error burocrático”, como lo califica el propio autor (actualmente vivo, no se asusten ustedes), que sirve de punto de partida para tejer un conjunto de reflexiones escuetas y jocosas pero agudas y precisas. Con la equivocación de los Servicios Necrológicos de la funeraria, que dieron a Iván de la Nuez por muerto (literalmente), nacía un fantasma prematuro, antes de tiempo, a contratiempo. A partir de esa revelación, de ese accidente súbito, el autor asume el error burocrático como una posibilidad creativa; su condición espectral le permite mirar y habitar el mundo de una manera inédita, reconsiderando la urgencia de nuestros problemas y las inclemencias de nuestro tiempo.
“El muerto era yo”, aclara el autor de esta compilación de ensayos. Claro está que un muerto en vida, antes que afrontar la realidad como un zombie, puede decidir deambular por los rincones del pensamiento como un fantasma, como si nada estuviese en juego en sus reflexiones, como si todo pudiera ser dicho con transparencia, desde una esquiva y comprometida posición de trascendencia, como si pusiese en práctica una irónico-crítica separación con respecto de lo terrenal. Esto pareciera sugerir Iván de la Nuez, quien escribe desde la explosión provocada por aquella defunción anticipada, una vez constituido como espectro imprevisto e indeseado. Solo así es capaz de tomar la suficiente distancia con respecto de las cosas como para sorprenderse de su aparente normalidad (de su hipernormalidad, nos dirá él); solo así es capaz de extrañarse de lo cotidiano y otearlo como si no fuera del todo propio, como si fuera de otro mundo.
“Una vez que estás muerto, ¿qué más te puede pasar?”, se pregunta Iván de la Nuez en las primeras páginas. Y añade en cierto punto: “Mi muerte, por otra parte, me convirtió en un ser más distante ante los problemas con los que me he venido cruzando en mi vida de ultratumba”. Iván de la Nuez escribe encarnando un cuerpo oficialmente inexistente –poniendo en movimiento una inteligente estrategia de pensamiento — , enfrentándose a los desafíos y reveladoras anécdotas que le han acontecido post mortem, esto es, después de 2015. Se explica de la siguiente forma: “Hoy veo un fantasma y lo reconozco al instante: es uno de los míos”. Escrito a contrapelo, yendo de aquí para allá, a la manera de un espectro inagotable y situacionista (pero puesto en situación), como una suma de breves reflexiones de un fantasma (más cercanos al sketch que al ensayo, al retazo que al estudio, al tanteo que al agotamiento de una idea, de un proyecto filosófico), Posmo es una venganza escrita con la libertad que solo pueden alcanzar en este mundo los que ya están en el otro, en otra parte. Para quien aún lo dude, y siguiendo las aclaraciones de Iván de la Nuez, “posmo” no es de “posmoderno”, sino de “post mortem”.
Cabe aclarar finalmente que este libro no está solamente escrito por un fantasma sino habitado por muchos de ellos –transeúntes algunos, interlocutores otros–, como el de su padre, a quien recuerda en uno de los primeros capítulos, “Médium”, con tanta ternura y poesía, con tanta fuerza y viveza, que no podíamos sino acabar esta reseña rescatando esas palabras escritas, de fantasma a fantasma, de quien viaja y escribe y vive (aunque ciertos papeles digan lo contrario) hacia quien se ha ido y ya no va a volver, o no del todo (ambos espectros inquietos): “A veces, siento el aliento de mi padre en mí, su vigor de hombre joven, su visita de cada jueves allá en mi confín. Entonces paso una mano por el lomo del vaso y con la otra busco. A veces, siento la muerte de mi padre en mí, su rendición callada, la parálisis final, su mente intacta. Entonces, paso una mano por mis piernas y con la otra me ausculto. A veces, siento la desolación de mi padre en mí, su infancia de huérfano, la pregunta torpe de quien busca estirpe. Entonces, paso una mano sobre la baranda y con la otra dibujo”.
Fetiches, fantasmas y caníbales: tres vengadores premodernos, de Fernando Estévez González
Dentro del magnífico libro Encuentros salvajes: arte, consumo y turismo global (Concreta, 2022), editado por José Díaz Cuyás, encontramos un capítulo de gran interés escrito por el antropólogo Fernando Estévez González, quien aborda críticamente el proyecto de la modernidad y sus fantasmas. Buena parte de la identidad moderna y, por tanto, muchas de sus obsesiones, están atravesadas por las formas en las que se describieron, interpretaron y valoraron a los antiguos. En la desafortunada definición de la modernidad como lo contrario a la tradición, bárbaros, salvajes y primitivos encarnaron todo aquello que habría precedido y negado las luces y la razón. Lo irracional se erigió sobre la permanente presencia y la constante ambivalencia acerca de lo primitivo. Tomándolos por animistas irracionales, a la postre ha resultado ser que el capitalismo, ocultando en el mercado el verdadero valor de las mercancías, es el reino del fetichismo. No habiendo reconocido el asesinato y la usurpación de sus tierras, los primitivos regresan una y otra vez como fantasmas reclamando justicia. Acusados de canibalismo, el peor de los pecados, ahora la que es caníbal es la moderna sociedad de consumo. Nunca sirvieron para entender lo antiguo; por el contrario, fetiches, fantasmas y caníbales, han sido tres grandes metáforas para, precisamente, intentar comprender lo moderno. Literal o metafóricamente, los otros siempre han vuelto como el eterno retorno de lo reprimido y, tal vez, buscando venganza.
(También el pasado año, Roberto Gil publicaba El fantasma de Fernando Estévez, un maravilloso paper sobre el legado teórico de este antropólogo fallecido hace apenas siete años, especialmente focalizado en la noción del fantasma, asumida por el autor en el último tramo de su trayectoria académica, así como conceptos indisociables de sus trabajos, como la memoria, la ausencia o la identidad).
Ser y no ser. Figuras en el dominio de lo espectral, de Alberto Ruiz Samaniego
Nada mejor que el fantasma para corroborar la potencia de una imagen, su inusitada capacidad de atracción, también de turbación, de peligrosa o amenazadora alteración. Un fantasma, sin embargo, es una imagen en el tránsito de no serlo. Hasta el punto que el carácter esencialmente inestable y fugitivo que el espectro posee contagia también de irrealidad a todas las cosas empíricas y finitas. Al modo, por ejemplo, de la ontología clásica, que deduce y concluye de la falta de duración de las cosas del mundo una ausencia –sospechosa, o criminosa– de realidad. De este modo, la aparición del fantasma no viene más que a refrendar una diferencia –traumática, pero originaria– entre el hecho de ser y el hecho de existir. Desde esta perspectiva, la realidad existente está teñida de irrealidad, o de inconsistencia. Su defecto –defecto de ser, justamente, defecto original e insuperable– delata una insuficiencia o una inconsistencia, una fragilidad ontológica, la misma que el espectro arrastra, y la que hace de él un espíritu desvalido, implorante de ayuda y de cuidado. Y, a la vez, algo amenazador, impertinente, contagiosamente negador de la circunstancia y el propio espacio en que él surge y del que, en definitiva, se apodera. Trabajo –en el sentido freudiano– del espectro. Opacidad, incluso; derrame categorial, desafío y desgaste, anacronismo del fantasma. ¿Cuál es la específica presencialidad del espectro?, ¿no es él una continua inconsistencia, una problemática virtualidad?, ¿cuál es su originariedad, si ella existe?, pero también: ¿cuándo aparece, en fin, el fantasma?, son las preguntas que vierte Alberto Ruiz Samaniego en su libro Ser y no ser. Figuras en el dominio de lo espectral (micromegas, 2013).
The Spectralities Reader: Ghosts and Haunting in Contemporary Cultural Theory, VV. AA., ed. María del Pilar Blanco y Esther Peeren
Editado por Bloomsbury en 2013 a cargo de María del Pilar Blanco y Esther Peeren, esta publicación (sin traducción al español todavía) arranca con una fantástica introducción, “Conceptualizing Spectralities” (de acceso libre en: https://www.bloomsburycollections.com/book/the-spectralities-reader-ghosts-and-haunting-in-contemporary-cultural-theory/), seguida de un primer capítulo brillante, “The Spectral Turn”, escrito por las propias editoras, donde estas llevan a cabo una revisión y análisis de nociones, ideas y enoques actuales de la espectralidad. En este compendio de ensayos encontramos la firma de figuras de enorme referencia como Gayatri Chakravorty Spivak (“from Ghostwriting”), Giorgio Agamben (“On the Uses and Disadvantages of Living among Specters”), Carla Freccero (“Queer Spectrality: Haunting the Past”), Tom Gunning (“To Scan a Ghost: The Ontology of Mediated Vision”), Arjun Appadurai (“Spectral Housing and Urban Cleansing: Notes on Millennial Mumbai”), Achille Mbembe (“from Life, Sovereignty, and Terror in the Fiction of Amos Tutuola”) o Avery F. Gordon (“from Her Shape and His Hand”) o Jacques Derrida y Bernard Stiegle (“Spectrographies”), entre otros. Nada más y nada menos que un tocho de 25 textos que suman un total 548 páginas de escritos que recoge la rica producción científica surgida a raíz del “giro espectral” de principios de la década de 1990, cuando los fantasmas y los embrujos se convirtieron en convincentes herramientas analíticas y metodológicas en el ámbito de las humanidades y las ciencias sociales. Al examinar los últimos veinte años desde una perspectiva interdisciplinaria y transcultural, el libro muestra la amplia gama de preocupaciones que la espectralidad, en sus diversas elaboraciones, ha sido llamada a dilucidar. Las disyunciones producidas por la globalización, la calidad inasible de los medios de comunicación modernos, los vericuetos de la formación del sujeto (en términos de género, raza y sexualidad), la elusividad de espacios y lugares, y las persistentes presencias y ausencias de la memoria y la historia han sido reconcebidos a través de lo espectral. De esta forma, The Spectralities Reader está pensado en cierta medida como un manual para el amplio público interesado en las interpretaciones culturales de los fantasmas y los embrujos que van más allá de los confines de lo ficticio y lo sobrenatural.
Anoxia, de Miguel Ángel-Hernández
¿Cuál es nuestra relación con los muertos? ¿Cómo los recordamos? ¿Qué oscuros secretos guardan las imágenes que nos quedan de ellos? ¿Cómo emergemos del duelo y afrontamos el tiempo que nos queda por vivir?, son los interrogantes que impulsan esta novela sobre la memoria y la culpa, sobre el misterio de capturar la muerte en una imagen. Especialmente interesante, en este libre, el tratamiento de la cualidad fantasmagórica de la fotografía y su vínculo plural con la muerte. Miguel Ángel-Hernández lleva a cabo una contextualización de la fotografía post mortem, analizando las distintas prácticas que se han puesto en práctica históricamente. Esta tipología depende de la intencionalidad del fotógrafo, es decir, depende fundamentalmente de cómo se haya querido retratar al muerto: como vivo, como durmiente o como muerto. En todos los casos, se trata de imágenes de un fantasma exánime en carne y hueso que recién acaba de nacer –al morir el ser querido–: una persona que se va y de la que no queremos despegarnos, a la que queremos capturar por siempre en nuestra memoria, a la que queremos salvar de su olvido para salvarnos nosotros mismos (de eso va el libro). Otra serie de fotografías que se mencionan en el libro son las que antiguamente se tomaban de lxs niñxs y para las cuales las madres (des)aparecían camufladas como sillones –sirviendo así de asiento para lxs niñxs retratadxs fotográficamente–, cubiertas con un velo que tapaba todo su cuerpo, sin rostro. Se tomaban así las fotografías para que los niños no se distrajeran o lloraran, como si estxs no fuesen capaces de percibir el fantasma encubierto…
Solo un fantasma es capaz de hablarnos de lo que sucede en el mundo con cierta distancia crítica (y poética, claro). Siendo unx un fantasma, las cosas se ven de otra forma: con algo de perspectiva (eso seguro). Esta condición espectral te permite, además, infiltrarte allí donde quizás no te arriesgarías a entrar; deambular por donde quizás pasarías con miedo, velozmente y de puntillas, evitando montar un circo, tratando de no generar un gran estruendo. Lejos de cualquier temor semejante y encarnando el fantasma como voz narradora (en “primerísima” persona), encontramos la reciente publicación del fantástico libro de Iván de la Nuez Posmo (Consonni, febrero de 2023), que arranca de la siguiente manera: “En enero de 2015, recibí un documento para el que uno no suele estar preparado: me fue entregada, en La Habana, una tarjeta de defunción a mi nombre, expedida por los Servicios Necrológicos de la funeraria”.
El libro comienza con la muerte del autor (¡qué maravilla!). No se trata de una ficción, aunque sí de un “hecho insólito”, de “un error burocrático”, como lo califica el propio autor (actualmente vivo, no se asusten ustedes), que sirve de punto de partida para tejer un conjunto de reflexiones escuetas y jocosas pero agudas y precisas. Con la equivocación de los Servicios Necrológicos de la funeraria, que dieron a Iván de la Nuez por muerto (literalmente), nacía un fantasma prematuro, antes de tiempo, a contratiempo. A partir de esa revelación, de ese accidente súbito, el autor asume el error burocrático como una posibilidad creativa; su condición espectral le permite mirar y habitar el mundo de una manera inédita, reconsiderando la urgencia de nuestros problemas y las inclemencias de nuestro tiempo.
“El muerto era yo”, aclara el autor de esta compilación de ensayos. Claro está que un muerto en vida, antes que afrontar la realidad como un zombie, puede decidir deambular por los rincones del pensamiento como un fantasma, como si nada estuviese en juego en sus reflexiones, como si todo pudiera ser dicho con transparencia, desde una esquiva y comprometida posición de trascendencia, como si pusiese en práctica una irónico-crítica separación con respecto de lo terrenal. Esto pareciera sugerir Iván de la Nuez, quien escribe desde la explosión provocada por aquella defunción anticipada, una vez constituido como espectro imprevisto e indeseado. Solo así es capaz de tomar la suficiente distancia con respecto de las cosas como para sorprenderse de su aparente normalidad (de su hipernormalidad, nos dirá él); solo así es capaz de extrañarse de lo cotidiano y otearlo como si no fuera del todo propio, como si fuera de otro mundo.
“Una vez que estás muerto, ¿qué más te puede pasar?”, se pregunta Iván de la Nuez en las primeras páginas. Y añade en cierto punto: “Mi muerte, por otra parte, me convirtió en un ser más distante ante los problemas con los que me he venido cruzando en mi vida de ultratumba”. Iván de la Nuez escribe encarnando un cuerpo oficialmente inexistente –poniendo en movimiento una inteligente estrategia de pensamiento — , enfrentándose a los desafíos y reveladoras anécdotas que le han acontecido post mortem, esto es, después de 2015. Se explica de la siguiente forma: “Hoy veo un fantasma y lo reconozco al instante: es uno de los míos”. Escrito a contrapelo, yendo de aquí para allá, a la manera de un espectro inagotable y situacionista (pero puesto en situación), como una suma de breves reflexiones de un fantasma (más cercanos al sketch que al ensayo, al retazo que al estudio, al tanteo que al agotamiento de una idea, de un proyecto filosófico), Posmo es una venganza escrita con la libertad que solo pueden alcanzar en este mundo los que ya están en el otro, en otra parte. Para quien aún lo dude, y siguiendo las aclaraciones de Iván de la Nuez, “posmo” no es de “posmoderno”, sino de “post mortem”.
Cabe aclarar finalmente que este libro no está solamente escrito por un fantasma sino habitado por muchos de ellos –transeúntes algunos, interlocutores otros–, como el de su padre, a quien recuerda en uno de los primeros capítulos, “Médium”, con tanta ternura y poesía, con tanta fuerza y viveza, que no podíamos sino acabar esta reseña rescatando esas palabras escritas, de fantasma a fantasma, de quien viaja y escribe y vive (aunque ciertos papeles digan lo contrario) hacia quien se ha ido y ya no va a volver, o no del todo (ambos espectros inquietos): “A veces, siento el aliento de mi padre en mí, su vigor de hombre joven, su visita de cada jueves allá en mi confín. Entonces paso una mano por el lomo del vaso y con la otra busco. A veces, siento la muerte de mi padre en mí, su rendición callada, la parálisis final, su mente intacta. Entonces, paso una mano por mis piernas y con la otra me ausculto. A veces, siento la desolación de mi padre en mí, su infancia de huérfano, la pregunta torpe de quien busca estirpe. Entonces, paso una mano sobre la baranda y con la otra dibujo”.
Fetiches, fantasmas y caníbales: tres vengadores premodernos, de Fernando Estévez González
Dentro del magnífico libro Encuentros salvajes: arte, consumo y turismo global (Concreta, 2022), editado por José Díaz Cuyás, encontramos un capítulo de gran interés escrito por el antropólogo Fernando Estévez González, quien aborda críticamente el proyecto de la modernidad y sus fantasmas. Buena parte de la identidad moderna y, por tanto, muchas de sus obsesiones, están atravesadas por las formas en las que se describieron, interpretaron y valoraron a los antiguos. En la desafortunada definición de la modernidad como lo contrario a la tradición, bárbaros, salvajes y primitivos encarnaron todo aquello que habría precedido y negado las luces y la razón. Lo irracional se erigió sobre la permanente presencia y la constante ambivalencia acerca de lo primitivo. Tomándolos por animistas irracionales, a la postre ha resultado ser que el capitalismo, ocultando en el mercado el verdadero valor de las mercancías, es el reino del fetichismo. No habiendo reconocido el asesinato y la usurpación de sus tierras, los primitivos regresan una y otra vez como fantasmas reclamando justicia. Acusados de canibalismo, el peor de los pecados, ahora la que es caníbal es la moderna sociedad de consumo. Nunca sirvieron para entender lo antiguo; por el contrario, fetiches, fantasmas y caníbales, han sido tres grandes metáforas para, precisamente, intentar comprender lo moderno. Literal o metafóricamente, los otros siempre han vuelto como el eterno retorno de lo reprimido y, tal vez, buscando venganza.
(También el pasado año, Roberto Gil publicaba El fantasma de Fernando Estévez, un maravilloso paper sobre el legado teórico de este antropólogo fallecido hace apenas siete años, especialmente focalizado en la noción del fantasma, asumida por el autor en el último tramo de su trayectoria académica, así como conceptos indisociables de sus trabajos, como la memoria, la ausencia o la identidad).
Ser y no ser. Figuras en el dominio de lo espectral, de Alberto Ruiz Samaniego
Nada mejor que el fantasma para corroborar la potencia de una imagen, su inusitada capacidad de atracción, también de turbación, de peligrosa o amenazadora alteración. Un fantasma, sin embargo, es una imagen en el tránsito de no serlo. Hasta el punto que el carácter esencialmente inestable y fugitivo que el espectro posee contagia también de irrealidad a todas las cosas empíricas y finitas. Al modo, por ejemplo, de la ontología clásica, que deduce y concluye de la falta de duración de las cosas del mundo una ausencia –sospechosa, o criminosa– de realidad. De este modo, la aparición del fantasma no viene más que a refrendar una diferencia –traumática, pero originaria– entre el hecho de ser y el hecho de existir. Desde esta perspectiva, la realidad existente está teñida de irrealidad, o de inconsistencia. Su defecto –defecto de ser, justamente, defecto original e insuperable– delata una insuficiencia o una inconsistencia, una fragilidad ontológica, la misma que el espectro arrastra, y la que hace de él un espíritu desvalido, implorante de ayuda y de cuidado. Y, a la vez, algo amenazador, impertinente, contagiosamente negador de la circunstancia y el propio espacio en que él surge y del que, en definitiva, se apodera. Trabajo –en el sentido freudiano– del espectro. Opacidad, incluso; derrame categorial, desafío y desgaste, anacronismo del fantasma. ¿Cuál es la específica presencialidad del espectro?, ¿no es él una continua inconsistencia, una problemática virtualidad?, ¿cuál es su originariedad, si ella existe?, pero también: ¿cuándo aparece, en fin, el fantasma?, son las preguntas que vierte Alberto Ruiz Samaniego en su libro Ser y no ser. Figuras en el dominio de lo espectral (micromegas, 2013).
The Spectralities Reader: Ghosts and Haunting in Contemporary Cultural Theory, VV. AA., ed. María del Pilar Blanco y Esther Peeren
Editado por Bloomsbury en 2013 a cargo de María del Pilar Blanco y Esther Peeren, esta publicación (sin traducción al español todavía) arranca con una fantástica introducción, “Conceptualizing Spectralities” (de acceso libre en: https://www.bloomsburycollections.com/book/the-spectralities-reader-ghosts-and-haunting-in-contemporary-cultural-theory/), seguida de un primer capítulo brillante, “The Spectral Turn”, escrito por las propias editoras, donde estas llevan a cabo una revisión y análisis de nociones, ideas y enoques actuales de la espectralidad. En este compendio de ensayos encontramos la firma de figuras de enorme referencia como Gayatri Chakravorty Spivak (“from Ghostwriting”), Giorgio Agamben (“On the Uses and Disadvantages of Living among Specters”), Carla Freccero (“Queer Spectrality: Haunting the Past”), Tom Gunning (“To Scan a Ghost: The Ontology of Mediated Vision”), Arjun Appadurai (“Spectral Housing and Urban Cleansing: Notes on Millennial Mumbai”), Achille Mbembe (“from Life, Sovereignty, and Terror in the Fiction of Amos Tutuola”) o Avery F. Gordon (“from Her Shape and His Hand”) o Jacques Derrida y Bernard Stiegle (“Spectrographies”), entre otros. Nada más y nada menos que un tocho de 25 textos que suman un total 548 páginas de escritos que recoge la rica producción científica surgida a raíz del “giro espectral” de principios de la década de 1990, cuando los fantasmas y los embrujos se convirtieron en convincentes herramientas analíticas y metodológicas en el ámbito de las humanidades y las ciencias sociales. Al examinar los últimos veinte años desde una perspectiva interdisciplinaria y transcultural, el libro muestra la amplia gama de preocupaciones que la espectralidad, en sus diversas elaboraciones, ha sido llamada a dilucidar. Las disyunciones producidas por la globalización, la calidad inasible de los medios de comunicación modernos, los vericuetos de la formación del sujeto (en términos de género, raza y sexualidad), la elusividad de espacios y lugares, y las persistentes presencias y ausencias de la memoria y la historia han sido reconcebidos a través de lo espectral. De esta forma, The Spectralities Reader está pensado en cierta medida como un manual para el amplio público interesado en las interpretaciones culturales de los fantasmas y los embrujos que van más allá de los confines de lo ficticio y lo sobrenatural.
Anoxia, de Miguel Ángel-Hernández
¿Cuál es nuestra relación con los muertos? ¿Cómo los recordamos? ¿Qué oscuros secretos guardan las imágenes que nos quedan de ellos? ¿Cómo emergemos del duelo y afrontamos el tiempo que nos queda por vivir?, son los interrogantes que impulsan esta novela sobre la memoria y la culpa, sobre el misterio de capturar la muerte en una imagen. Especialmente interesante, en este libre, el tratamiento de la cualidad fantasmagórica de la fotografía y su vínculo plural con la muerte. Miguel Ángel-Hernández lleva a cabo una contextualización de la fotografía post mortem, analizando las distintas prácticas que se han puesto en práctica históricamente. Esta tipología depende de la intencionalidad del fotógrafo, es decir, depende fundamentalmente de cómo se haya querido retratar al muerto: como vivo, como durmiente o como muerto. En todos los casos, se trata de imágenes de un fantasma exánime en carne y hueso que recién acaba de nacer –al morir el ser querido–: una persona que se va y de la que no queremos despegarnos, a la que queremos capturar por siempre en nuestra memoria, a la que queremos salvar de su olvido para salvarnos nosotros mismos (de eso va el libro). Otra serie de fotografías que se mencionan en el libro son las que antiguamente se tomaban de lxs niñxs y para las cuales las madres (des)aparecían camufladas como sillones –sirviendo así de asiento para lxs niñxs retratadxs fotográficamente–, cubiertas con un velo que tapaba todo su cuerpo, sin rostro. Se tomaban así las fotografías para que los niños no se distrajeran o lloraran, como si estxs no fuesen capaces de percibir el fantasma encubierto…