Quizás se pueda pensar la cuestión fantasmal de forma mucho más práctica y cotidiana —y no por ello menos rigurosa—. Quizás podamos tratar ahora el caso de fantasmas comunes, como la figura del casero, la casera, el arrendador o arrendadora, a quien ingresamos mensualmente el alquiler correspondiente y de quien, sin embargo, no sabemos mucho. Con suerte, habremos conversado con esta persona en una o varias ocasiones. En tal caso, si somos tan afortunadxs, conoceremos su voz; rastro auditivo a partir del cual esbozaremos una cierta idea o identidad (fantasmal) a modo de imagen mental (espectral) que irá mutando con el tiempo. No creamos en cambio que el casero es una figura ausente (a pesar del poco conocimiento que tenemos de este), como un padre perdido que nunca va a retornar, sino que se trata de persona que está presente en todo momento en la casa en que vivimos, que de hecho asedia con más fuerza si se ocasiona un destrozo, un suceso indeseado que hay que encubrir o, por el contrario, arreglar –y para lo cual hay que, necesariamente, convocarle, a pesar de su posible manifestación furiosa–.
En el día a día, en ocasiones cobramos consciencia de que habitamos un espacio que pertenece a ese otro, el casero, la casera (dueñxs de la propiedad que tratamos de hacer hogar). Pero es sobre todo cuando arriba el incidente doméstico que el fantasma irrumpe con fuerza y somos plenamente conscientes del asedio que ese otro fantasmagórico imprime sobre el hogar; una presión que puede llegar a ahogarnos. Para este caso singular, se podría pensar en “un fantasma invertido”, en la medida en que se invierte la lógica convencional de lo espectral. Mientras que en las fábulas de casas encantadas o mansiones malditas el fantasma asedia por proximidad, al decirse que este se encuentra en el sótano o que vaga por la noche por los pasillos, el casero actúa y amedrenta desde la distancia, sin la necesidad de un acercamiento físico, sino virtual, potencial –pues en efecto existe potencialmente su cercanía, su escrutinio, su vigilancia y castigo–. Así pues, esta inquietud espectralmente originada palpita en cada mancha, arañazo o estropicio, en cada futurible escenario catastrófico-domestico, en cada posible destrozo o engorro casero. Con lo que su manera de acechar (la del fantasma, la del casero) es ubicua; en cada rincón del hogar se esconde, se cobija y nos espera. Su amenazante presencia, la de una ausencia impertinente y hostil, irrumpe en nuestra —su— morada. Todo puede jugar en nuestra contra, debemos estar atentxs.
Un fantasma recorre el Museo Reina Sofía. Vaga sin pena ni gloria. Acaba de desalojar la institución, pero sus ecos lúgubres y lastimeros se escuchan claramente, a veces incluso con estruendo. Hace ya varios meses que sabemos que Manolo Borja-Villel no continuará en el puesto de director del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (ahora ya conocemos su sustituto: Manuel Segade, el hasta el momento director del Museo CA2M de Móstoles). Pero lo que sí lo permanece es un vasto legado, un rastro que se extiende por las salas del museo que integran Vasos Comunicantes, la reordenación y ampliación que él mismo ha dirigido y que le sobrevivirá, así como también lo harán aquellos y aquellas, todavía no fantasmales, que fueron elegidxs a dedo. Unxs y otrxs, obras y profesionales, materia viva e inerte, demuestran la pervivencia de un fantasma inmenso (aunque este fuera físicamente “pequeñito”, de estatura no alto), su permanencia después de su partida, como una resaca duradera que pareciera no acabar nunca. Y es que un fantasma nunca se va del todo, dicen.
Imágenes incluidas en el informe ATA (1992–1995).
Otro fantasma del Museo Reina Sofía es Ataulfo –este de mayor interés, quizás–. Su nombre proviene del caso ATA, que investigó los inquietantes acontecimientos que supuestamente sufrieron muchos vigilantes de sala nocturnos del susodicho museo, quienes abandonaron su cargo ante una oleada de psicosis colectiva y ansiedad, denunciando sucesos paranormales en las salas y pasillos del museo en la nocturnidad (no hay que olvidar el pasado de esta sede, la memoria de este edificio, que antaño sería Hospital General). Fueron varias las personas que, a comienzos de los 90, pidieron la baja “por causa de los espíritus”, tal y como se especifica en el informe ATA. La –por aquel entonces– directora del Museo, María Corral, para aclarar una situación que empezaba a resultar molesta, solicitó la intervención del grupo Hepta, dedicado a la investigación de fenómenos paranormales.
Informe ATA sobre las investigaciones parapsicológicas realizadas en el Museo Reina Sofía entre 1992 y 1995.
A principios de 1992, con el conocido sacerdote José María Pilón a la cabeza, el equipo investigador multidisciplinar recorrió pasillos subterráneos, criptas y muros tratando de desentrañar el misterio. Años después desaparecería del Reina Sofía una escultura de Richard Serra de 38 toneladas de peso (cuyo paradero es desconocido aún a día de hoy), titulada Equal-Parallel: Guernica-Bengasi, y sobre la que el escritor Juan Tallón ha escrito la novela Obra maestra (2022). La enorme pieza de acero desaparecía como lo hacen los fantasmas, sembrando un enorme misterio con su ausencia, que nunca es abandono absoluto o vacío total, pues nos queda su relato, su memoria, la inquietante sensación de ser testigos de lo imposible y la esperanzadora ilusión de su retorno –algún día, quizás, quien sabe–.