Si pensamos en el ciberespacio y la esfera virtual, este es, indudablemente, un espacio plagado de fantasmas (también de aquellos “fantasmitas” y “fantasmones” mencionados al inicio del boletín). En primer lugar, podemos pensar en todos los espectros que vagan como residuo de un ser humano que ya no vive o que no le presta atención, que le ha desterrado y no quiere saber nada de él (de sí mismo). También sucede que la gente fallece, pasa a mejor vida, pero su fantasma virtual, su avatar, su identidad en esta o aquella red social permanece, sin que muchos de sus seguidores quizás sepan de su desaparición física. Así por ejemplo, tal y como explica Ingrid Guardiola en El ojo y la navaja, “se estima que en Facebook hay entre diez y veinte millones de perfiles de gente muerta”. Como si de un residuo espectral se tratara, la huella de quien ya no está (del todo) presente, su perfil virtual pervive y su archivo de imágenes puede ser consultable.
Por otra parte, tal y como explican Elisa McCausland y Diego Salgado en Espectros, los fantasmas virtuales también cumplen con la ubicua y extraña función del acompañamiento 24/7. Ellxs hablan, de hecho, de los fantasmas de TikTok como de compañeros de vida que interfieren en nuestro día a día por nuestra actividad de scroll, de deslizar la pantalla, como si este acto se tratase de una suerte de conjuro o invocación compulsiva de espectros. Exponen que “el fantasma representa también, al fin y al cabo, el pavor a aquello que está fuera del alcance de nuestra comprensión y nuestra mirada: las configuraciones del tiempo y el espacio que han tenido, tienen y tendrán lugar sin que nuestro ser forme parte de ellas” y que, en el fondo, el espectro “nos recuerda que nosotros también acabaremos por ser para el mundo del mañana meros vestigios del pasado, huellas borrosas y de origen incierto”.
Poniendo el foco Elisa McCausland y Diego Salgado en sus reflexiones sobre las apariciones espectrales en aplicaciones de entretenimiento como TikTok, estxs explican que:
“en tanto vestigio o presagio de los momentos y los lugares a los que nunca tendremos acceso, el fantasma funciona además como síntoma de las limitaciones prospectivas del tiempo en que ha sido invocado. También del nuestro, por mucho que nos creamos en plena posesión de las mecánicas, los contenidos y los sentidos de la imagen en virtud de cómo se ha democratizado su producción y recepción. En palabras de Susan Owens, «los fantasmas constituyen reflejos indeseados de la época en que se representan. Dan cuenta de su estado anímico profundo y participan sigilosamente de sus tendencias culturales». Así, los fantasmas de TikTok acechan a los usuarios en edificios de oficinas desiertos, espejos y escaparates de locales comerciales, y confortables salones de estar donde ven la televisión rodeados de mascotas”.
Este tipo de fantasmas virtuales que aparecen en reels de instagram o en shorts de Tik Tok, bajo la forma de fantasmas banales o poco trascendentales, aparecen súbitamente sin asustarnos ni causarnos asombro alguno, alimentando aquello que Margot Rot denomina como la “mirada insatisfecha”, que nunca acaba por saciarse del todo. Siempre sedientos de más espectros, de una mayor interferencia fantasmal, nos dejamos llevar peligrosamente por la pantalla hacia abajo, en busca de una experiencia fantasmagórica que nos trastoque genuinamente: una vivencia que nunca llega por más que insistimos en deslizarnos por la pantalla.
Si pensamos en el ciberespacio y la esfera virtual, este es, indudablemente, un espacio plagado de fantasmas (también de aquellos “fantasmitas” y “fantasmones” mencionados al inicio del boletín). En primer lugar, podemos pensar en todos los espectros que vagan como residuo de un ser humano que ya no vive o que no le presta atención, que le ha desterrado y no quiere saber nada de él (de sí mismo). También sucede que la gente fallece, pasa a mejor vida, pero su fantasma virtual, su avatar, su identidad en esta o aquella red social permanece, sin que muchos de sus seguidores quizás sepan de su desaparición física. Así por ejemplo, tal y como explica Ingrid Guardiola en El ojo y la navaja, “se estima que en Facebook hay entre diez y veinte millones de perfiles de gente muerta”. Como si de un residuo espectral se tratara, la huella de quien ya no está (del todo) presente, su perfil virtual pervive y su archivo de imágenes puede ser consultable.
Por otra parte, tal y como explican Elisa McCausland y Diego Salgado en Espectros, los fantasmas virtuales también cumplen con la ubicua y extraña función del acompañamiento 24/7. Ellxs hablan, de hecho, de los fantasmas de TikTok como de compañeros de vida que interfieren en nuestro día a día por nuestra actividad de scroll, de deslizar la pantalla, como si este acto se tratase de una suerte de conjuro o invocación compulsiva de espectros. Exponen que “el fantasma representa también, al fin y al cabo, el pavor a aquello que está fuera del alcance de nuestra comprensión y nuestra mirada: las configuraciones del tiempo y el espacio que han tenido, tienen y tendrán lugar sin que nuestro ser forme parte de ellas” y que, en el fondo, el espectro “nos recuerda que nosotros también acabaremos por ser para el mundo del mañana meros vestigios del pasado, huellas borrosas y de origen incierto”.
Poniendo el foco Elisa McCausland y Diego Salgado en sus reflexiones sobre las apariciones espectrales en aplicaciones de entretenimiento como TikTok, estxs explican que:
“en tanto vestigio o presagio de los momentos y los lugares a los que nunca tendremos acceso, el fantasma funciona además como síntoma de las limitaciones prospectivas del tiempo en que ha sido invocado. También del nuestro, por mucho que nos creamos en plena posesión de las mecánicas, los contenidos y los sentidos de la imagen en virtud de cómo se ha democratizado su producción y recepción. En palabras de Susan Owens, «los fantasmas constituyen reflejos indeseados de la época en que se representan. Dan cuenta de su estado anímico profundo y participan sigilosamente de sus tendencias culturales». Así, los fantasmas de TikTok acechan a los usuarios en edificios de oficinas desiertos, espejos y escaparates de locales comerciales, y confortables salones de estar donde ven la televisión rodeados de mascotas”.
Este tipo de fantasmas virtuales que aparecen en reels de instagram o en shorts de Tik Tok, bajo la forma de fantasmas banales o poco trascendentales, aparecen súbitamente sin asustarnos ni causarnos asombro alguno, alimentando aquello que Margot Rot denomina como la “mirada insatisfecha”, que nunca acaba por saciarse del todo. Siempre sedientos de más espectros, de una mayor interferencia fantasmal, nos dejamos llevar peligrosamente por la pantalla hacia abajo, en busca de una experiencia fantasmagórica que nos trastoque genuinamente: una vivencia que nunca llega por más que insistimos en deslizarnos por la pantalla.