Lo que llaman la realidad / Ya no la entiendo tan real / Ayer vi fantasmas cuando fui al / centro comercial vacío con vistas al mar.
—Fran Laoren
Un día sé de ti pero al otro no, nena, nena
Eres una fantasma y es difícil que te vea
Es como andar en el mar navegando a ciegas
Eres una fantasma y no dejas que te vea
—Zion
A pesar de nuestro previo análisis en Los fantasmas de Tik Tok: los espectros y la esfera virtual al respecto de las identidades virtuales fantasmales, no hay porque mudarse de red social o fallecer para convertirse en un fantasma. Hay ocasiones en que se escoge devenir espectro. Así por ejemplo, en el magnífico libro SUPEREMOCIONAL, Juan Pedro Sánchez analiza alguno de los términos contemporáneos que usamos para etiquetar las relaciones y dinámicas relacionales amorosas. Entre ellas, atiende al término ghosting que vendría a significar, en sus propias palabras, “desaparecer como un fantasma dejando de responder a los mensajes después de haber mostrado interés”. Sobre esta cuestión, el propio Juan Pedro también expone lo siguiente:
“También el propio término “ghosting” es ampliamente ambiguo, porque puede referirse tanto a la desaparición de alguien con quien tienes una relación afectiva como a dejar de responder a los mensajes de una aplicación de citas. Su abanico de acción es múltiple, lo que también lo dota de cierta inexactitud que nos hace referirnos a acciones distintas bajo el mismo término cuando, quizás, no deberían entenderse del mismo modo o bajo el mismo marco”.
En el mismo libro, Juan Pedro recoge una carta de amor maravillosa que le escribe un tal Ramón a Tinín y donde le dice este primero al segundo:
“También te echo de menos a ti, por supuesto. Intento escuchar música que hemos ligado a nuestra relación. Pienso que a lo mejor acerca todo un poco más, que deja de ser tan frío, pero no hay nunca fantasmas que se parezcan a ti a mi lado por este lugar”.
En el mencionado libro de Ingrid Guardiola, El ojo y la navaja. Un ensayo sobre el mundo como interfaz, esta alude en varias ocasiones a la noción de fantasma, atendiendo a este concepto desde distintas perspectivas. Dotándolo de la importancia que se merece, explica sobre los espectros:
“Los fantasmas han sido siempre muy importantes para la comunidad, pero eran los de los ancestros que encarnaban la experiencia adquirida a través de la historia y de la transformación de las tradiciones. Los fantasmas nos alertaban sobre los errores y los aciertos del pasado, sobre la ejemplaridad de las desgracias y las conquistas. Los fantasmas actuales nos los proporcionan desde la industria del entretenimiento. No nos complementan: nos sustituyen. La fantasía colectiva está oxidando la capacidad colectiva de imaginar un mundo diferente”.
Javier Iáñez Picazo, quien nos asesoraba en la sección de El artista y el fantasma. Poéticas espectrales, expone sobre los espectros lo siguiente:
“Un componente trágico reside en la figura del fantasma, algo destinado a desaparecer que permanece –o viceversa–, un ascua que nunca termina de apagarse del todo. También encontramos resquicios esperanzadores en su figura, que puede venir a nosotros como algo que estaba olvidado y brilla tímidamente. De esta forma, el fantasma se aleja de su planteamiento extendido hollywoodiense para convertirse en la salvación del olvido: no busca aterrarnos ni perseguirnos, sino permanecer y acompañaros. […] No es un vestigio de muerte sino una chispa de vida […]”.
“El fantasma convive entre lejanía y cercanía, que queda materializada en una huella –una presencia de la ausencia– impregnada de un aura doliente –un presente del pasado–”, explica Javier Iañez, lo que nos recuerda inevitablemente a aquellos apuntes benjaminianos en torno a la huella y el aura: “La huella es la aparición de una cercanía, por más lejos que ahora pueda estar eso que la ha dejado atrás. El aura es aparición de una lejanía, por más cerca que ahora pueda estar lo que la convoca nuevamente. En la huella nos apoderamos de la cosa, el aura se apodera de nosotros”.
También de Michel Foucault nos ha llegado una cita fantasmal recogida en Des espaces autres (1967): “No vivimos en un espacio homogéneo y vacío, sino, más bien, en un espacio poblado de calidades, un espacio tomado quizás por fantasmas: el espacio de nuestras percepciones primarias, el de nuestros sueños, el de nuestras pasiones que conservan en sí mismas calidades que se dirían intrínsecas; espacio leve, etéreo, transparente, o bien oscuro, cavernario, atestado; es un espacio de alturas, de cumbres, o por el contrario un espacio de simas, un espacio de fango, un espacio que puede fluir como una corriente de agua, un espacio que puede ser fijado, concretado como la piedra o el cristal”.
David Foster Wallace escribió en una carta para Richard Elman en 1986: “Todas las historias de amor son historias de fantasmas”. A lo que Derrida añadiría que “todos los fenómenos de la amistad, todas las cosas y todos los seres que hay que amar dependen de la espectralidad”. Querer, amar, desear, no es un sino un acto espectral, una relación fantasmagórica, en la medida en que el otro, la otra, lo otro, nunca acaba de ausentarse del todo, tampoco de estar presente, un velo mágico recubre su rostro.
En su película El espinazo del diablo (2001), Guillermo del Toro comienza con una reflexión que intenta responder la misma pregunta: “¿Qué es un fantasma? Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez; un instante de dolor, quizás; algo muerto que parece por momentos vivo aún; un sentimiento suspendido en el tiempo, como una fotografía borrosa, como un insecto atrapado en ámbar”. Al final de la película, la cita se repite, solo que con una añadidura al final: “Un fantasma: eso soy yo”.
¿Qué es un fantasma?, la gran pregunta. Para Antoni Negri, “fantasma es el movimiento de un abstracto que se materializa y se torna potente”. Pierre Macherey escribe por su parte que “fantasma es, precisamente, una aparición intermedia entre la vida y la muerte, entre el ser y el no ser, entre la materia y el espíritu, cuya separación disuelve”. Este último saca a colación de lo fantasmagórico la noción de “la herencia”, en la medida en que “una herencia es también aquello que vuelve a los vivos de los muertos”. En este sentido, se podría hablar de una “temporalidad encadenada”, que potencia un fuerte lazo entre pasado y futuro por medio de la herencia de lo reprimido.
Avery F. Gordon ha estudiado cómo lo fantasmagórico, a través ciertos fenómenos de acumulación de memoria, se aparece en el presente con fuerzas renovadas. Lo fantasmático sería la manera que tiene el pasado de vivir en el presente. Sobre esta cuestión explica:
“Respecto a los espectros, sólo es posible experimentar la sensación de que se hacen presentes, con lo cual la propia experiencia confirma la naturaleza de la cosa misma: una desaparición es real sólo cuando se aparece. Y esto es así porque el espectro o la aparición es la modalidad principal mediante la cual algo perdido, invisible o aparentemente ausente se da a conocer o se nos revela. Y lo hace a través de una aparición gracias a la que nos atrae afectivamente a la sensación estructurada de una realidad que experimentamos entonces como un reconocimiento. El reconocimiento de esa presencia de lo inquietante es una forma especial de conocer lo que ha ocurrido o lo que está ocurriendo”.
Una idea muy simple pero potente y necesaria que expresada por Peggy Phelan en Unmarked: Politics of performance: “el reconocimiento de la presencia (siempre parcial) del otro es el reconocimiento de la ausencia (siempre parcial) propia” .
Por su parte, Isidoro Valcárcel Medina expresaba, al comienzo de su conferencia Indicios racionales de irracionalidad del Ciclo El fantasma y el esqueleto (1999), que “el fantasma es el esqueleto propio, eso que nunca podemos ver en realidad”.
Lo que llaman la realidad / Ya no la entiendo tan real / Ayer vi fantasmas cuando fui al / centro comercial vacío con vistas al mar.
—Fran Laoren
Un día sé de ti pero al otro no, nena, nena
Eres una fantasma y es difícil que te vea
Es como andar en el mar navegando a ciegas
Eres una fantasma y no dejas que te vea
—Zion
A pesar de nuestro previo análisis en Los fantasmas de Tik Tok: los espectros y la esfera virtual al respecto de las identidades virtuales fantasmales, no hay porque mudarse de red social o fallecer para convertirse en un fantasma. Hay ocasiones en que se escoge devenir espectro. Así por ejemplo, en el magnífico libro SUPEREMOCIONAL, Juan Pedro Sánchez analiza alguno de los términos contemporáneos que usamos para etiquetar las relaciones y dinámicas relacionales amorosas. Entre ellas, atiende al término ghosting que vendría a significar, en sus propias palabras, “desaparecer como un fantasma dejando de responder a los mensajes después de haber mostrado interés”. Sobre esta cuestión, el propio Juan Pedro también expone lo siguiente:
“También el propio término “ghosting” es ampliamente ambiguo, porque puede referirse tanto a la desaparición de alguien con quien tienes una relación afectiva como a dejar de responder a los mensajes de una aplicación de citas. Su abanico de acción es múltiple, lo que también lo dota de cierta inexactitud que nos hace referirnos a acciones distintas bajo el mismo término cuando, quizás, no deberían entenderse del mismo modo o bajo el mismo marco”.
En el mismo libro, Juan Pedro recoge una carta de amor maravillosa que le escribe un tal Ramón a Tinín y donde le dice este primero al segundo:
“También te echo de menos a ti, por supuesto. Intento escuchar música que hemos ligado a nuestra relación. Pienso que a lo mejor acerca todo un poco más, que deja de ser tan frío, pero no hay nunca fantasmas que se parezcan a ti a mi lado por este lugar”.
En el mencionado libro de Ingrid Guardiola, El ojo y la navaja. Un ensayo sobre el mundo como interfaz, esta alude en varias ocasiones a la noción de fantasma, atendiendo a este concepto desde distintas perspectivas. Dotándolo de la importancia que se merece, explica sobre los espectros:
“Los fantasmas han sido siempre muy importantes para la comunidad, pero eran los de los ancestros que encarnaban la experiencia adquirida a través de la historia y de la transformación de las tradiciones. Los fantasmas nos alertaban sobre los errores y los aciertos del pasado, sobre la ejemplaridad de las desgracias y las conquistas. Los fantasmas actuales nos los proporcionan desde la industria del entretenimiento. No nos complementan: nos sustituyen. La fantasía colectiva está oxidando la capacidad colectiva de imaginar un mundo diferente”.
Javier Iáñez Picazo, quien nos asesoraba en la sección de El artista y el fantasma. Poéticas espectrales, expone sobre los espectros lo siguiente:
“Un componente trágico reside en la figura del fantasma, algo destinado a desaparecer que permanece –o viceversa–, un ascua que nunca termina de apagarse del todo. También encontramos resquicios esperanzadores en su figura, que puede venir a nosotros como algo que estaba olvidado y brilla tímidamente. De esta forma, el fantasma se aleja de su planteamiento extendido hollywoodiense para convertirse en la salvación del olvido: no busca aterrarnos ni perseguirnos, sino permanecer y acompañaros. […] No es un vestigio de muerte sino una chispa de vida […]”.
“El fantasma convive entre lejanía y cercanía, que queda materializada en una huella –una presencia de la ausencia– impregnada de un aura doliente –un presente del pasado–”, explica Javier Iañez, lo que nos recuerda inevitablemente a aquellos apuntes benjaminianos en torno a la huella y el aura: “La huella es la aparición de una cercanía, por más lejos que ahora pueda estar eso que la ha dejado atrás. El aura es aparición de una lejanía, por más cerca que ahora pueda estar lo que la convoca nuevamente. En la huella nos apoderamos de la cosa, el aura se apodera de nosotros”.
También de Michel Foucault nos ha llegado una cita fantasmal recogida en Des espaces autres (1967): “No vivimos en un espacio homogéneo y vacío, sino, más bien, en un espacio poblado de calidades, un espacio tomado quizás por fantasmas: el espacio de nuestras percepciones primarias, el de nuestros sueños, el de nuestras pasiones que conservan en sí mismas calidades que se dirían intrínsecas; espacio leve, etéreo, transparente, o bien oscuro, cavernario, atestado; es un espacio de alturas, de cumbres, o por el contrario un espacio de simas, un espacio de fango, un espacio que puede fluir como una corriente de agua, un espacio que puede ser fijado, concretado como la piedra o el cristal”.
David Foster Wallace escribió en una carta para Richard Elman en 1986: “Todas las historias de amor son historias de fantasmas”. A lo que Derrida añadiría que “todos los fenómenos de la amistad, todas las cosas y todos los seres que hay que amar dependen de la espectralidad”. Querer, amar, desear, no es un sino un acto espectral, una relación fantasmagórica, en la medida en que el otro, la otra, lo otro, nunca acaba de ausentarse del todo, tampoco de estar presente, un velo mágico recubre su rostro.
En su película El espinazo del diablo (2001), Guillermo del Toro comienza con una reflexión que intenta responder la misma pregunta: “¿Qué es un fantasma? Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez; un instante de dolor, quizás; algo muerto que parece por momentos vivo aún; un sentimiento suspendido en el tiempo, como una fotografía borrosa, como un insecto atrapado en ámbar”. Al final de la película, la cita se repite, solo que con una añadidura al final: “Un fantasma: eso soy yo”.
¿Qué es un fantasma?, la gran pregunta. Para Antoni Negri, “fantasma es el movimiento de un abstracto que se materializa y se torna potente”. Pierre Macherey escribe por su parte que “fantasma es, precisamente, una aparición intermedia entre la vida y la muerte, entre el ser y el no ser, entre la materia y el espíritu, cuya separación disuelve”. Este último saca a colación de lo fantasmagórico la noción de “la herencia”, en la medida en que “una herencia es también aquello que vuelve a los vivos de los muertos”. En este sentido, se podría hablar de una “temporalidad encadenada”, que potencia un fuerte lazo entre pasado y futuro por medio de la herencia de lo reprimido.
Avery F. Gordon ha estudiado cómo lo fantasmagórico, a través ciertos fenómenos de acumulación de memoria, se aparece en el presente con fuerzas renovadas. Lo fantasmático sería la manera que tiene el pasado de vivir en el presente. Sobre esta cuestión explica:
“Respecto a los espectros, sólo es posible experimentar la sensación de que se hacen presentes, con lo cual la propia experiencia confirma la naturaleza de la cosa misma: una desaparición es real sólo cuando se aparece. Y esto es así porque el espectro o la aparición es la modalidad principal mediante la cual algo perdido, invisible o aparentemente ausente se da a conocer o se nos revela. Y lo hace a través de una aparición gracias a la que nos atrae afectivamente a la sensación estructurada de una realidad que experimentamos entonces como un reconocimiento. El reconocimiento de esa presencia de lo inquietante es una forma especial de conocer lo que ha ocurrido o lo que está ocurriendo”.
Una idea muy simple pero potente y necesaria que expresada por Peggy Phelan en Unmarked: Politics of performance: “el reconocimiento de la presencia (siempre parcial) del otro es el reconocimiento de la ausencia (siempre parcial) propia” .
Por su parte, Isidoro Valcárcel Medina expresaba, al comienzo de su conferencia Indicios racionales de irracionalidad del Ciclo El fantasma y el esqueleto (1999), que “el fantasma es el esqueleto propio, eso que nunca podemos ver en realidad”.