Ricard Casals
Después del entusiasmo generado en los años noventa por la aparición de las nuevas tecnologías de la información, a día de hoy, las personas nos sentimos exhaustas por el bombardeo de datos que recibimos a diario y que no somos capaces de procesar. La relación entre lo digital y lo somático, entre datos y humanos, genera intercambios y energías bidireccionales. Pero ¿realmente lo percibimos así? Nuestra percepción respecto a la tecnología, o más bien, nuestra relación con esta(s), se podría considerar de carácter sumiso. La tendencia actual es la de percibir la tecnología que utilizamos y conocemos desde una perspectiva tecno-utópica, tecno-entusiasta o tecno-flipante. Esto influye radicalmente en el poder que obtienen y luego ejercen sobre nosotros los gigantes tecnológicos y las propias tecnologías. Del mismo modo, también modifica nuestras relaciones interpersonales y nuestras relaciones con el resto de las cosas. ¿O somos nosotrxs mismxs quienes las modificamos al tomar una posición perceptiva concreta?
Quizás, el párrafo anterior —incluso la ponencia que precede a este texto— se puede percibir como una divagación. Las nuevas tecnologías cibernéticas nos impulsan a eso, a divagar. Divagar por el ciberespacio, por lo virtual. Encendemos cada día nuestros dispositivos electrónicos y nos conectamos a la red, donde leemos, jugamos, escuchamos, scrolleamos, nos emocionamos y nos estresamos. Lo hacemos como una evasión de nuestra realidad y entorno físicos o simultáneamente a las actividades que realizamos en ellos. Y a partir de esto, hay una idea que cala casi por inercia: las redes sociales, la nube, las plataformas de streaming, forman parte del espacio virtual, inmaterial, transparente, ajeno al mundo real y físico. Y es aquí donde llega el triunfo de la ideología de la inmaterialidad.
La ideología de la inmaterialidad, o más bien, la ideología de la inmaterialidad de lo digital, es un concepto acuñado por la investigadora y experta en tecnología y género Alejandra López Gabrielidis. En su texto Infomaterialidad, expone cómo esta ideología es el resultado de la antes mencionada percepción tecno-entusiasta de las tecnologías cibernéticas inducida por los grandes oligopolios tecnológicos con la intención, precisamente, de ocultar todo el poder material que acopian [1]. Para manifestar este malestar social, Gabrielidis ha desarrollado este concepto que da nombre al propio texto. Cables, paneles, antenas, centros de datos, servidores, fibra óptica, coltán... Esta enumeración de objetos materiales o de infraestructuras que los albergan sirve como contraposición a las nociones de “transparencia”, “inerte”, “virtual” o “inmaterial” [2]. Existen grandes arquitecturas que permiten el funcionamiento de la “nube”, así como muchos países subdesarrollados reciben toda la morralla y desechos tecnológicos que produce occidente. Precisamente el artista Mario Santamaría, en su obra Unfixed infrastructures and Rabbit Holes, otorga el protagonismo a todos estos objetos para exponer que lo digital no puede existir ni funcionar fuera de los soportes materiales que lo sustentan, ni fuera de la infraestructura técnica que permite la transmisión y procesamiento de los datos. Santamaría busca desmitificar la idea de la red y de la nube como realidades inmateriales e incorpóreas [2]. La obra de Santamaría, como ejemplo de esta contraposición, nos ayuda a entender mejor esta visión de lo material en lo inmaterial. Pero esta idea (o ideología) de la inmaterialidad digital acarrea unas implicaciones históricas, sociales y filosóficas que revelan una problemática aún más profunda. Gabrielidis sitúa el origen de su crítica en la dualidad cartesiana: la separación radical entre la mente (res cogitans) y el cuerpo (res extensa).
Mario Santamaría, Unfixed infrastructures and Rabbit Holes, 2021. Fotografía de Ricard Casals.
Esta filosofía fue especialmente influyente en la creación del humanismo, al situar no sólo al hombre en el centro, sino a su propia esencia, espíritu y conciencia. Con esto como punto de partida, Gabrielidis establece una comparativa con los conceptos de Gilbert Simondon de forma y materia. La relación entre ambas es unidireccional, pues es la forma (activa y direccional) la que informa a la materia (pasiva); es lo inteligible y lo racional lo que diseña y actúa sobre lo material. Este dualismo esconde unas desigualdades sociales aún muy presentes en nuestra sociedad, como lo sería el sesgo ideológico patriarcal:
“Es sobre el género masculino que se ha depositado la responsabilidad de crear las leyes que gestionan, ordenan y controlan la materia. La feminidad, por el contrario, asociada a la dimensión material, es aquella que ocupa el espacio privado y doméstico, y es quien recibe y acata las normas que impone la forma masculina” [3].
Este ejemplo que propone aquí Gabrielidis puede extenderse aún más si pensamos en que esta imposición del género masculino sobre el femenino actúa también a través del propio cuerpo, al ser la mujer la que, en la reproducción, recibe la forma masculina en su óvulo, funcionando únicamente como materia reproductora de la forma. Todo esto nos sirve para entender la crítica principal: que la información informa unidireccionalmente, y nosotrxs, la materia receptora, acogemos la forma que se nos informe.
A todo esto, ¿dónde queda el posthumanismo? Algo —y no poco importante— que comparten ambos conceptos es tanto su método crítico como propositivo. La doctrina posthumanista, como bien indica su nombre, tiene como misión la superación del humanismo y, por ende, es profundamente contraria al dualismo cartesiano. Huye del esencialismo y persigue el postantropocentrismo, o sea, el dejar de situar al humano en el centro de la vida y la creación. Y en cuanto a su perspectiva ontológica (o su estado propositivo), pretende espectar al mundo y a nosotrxs mismxs no como esencias, sino como conjuntos de relaciones. Así lo expone el investigador Josep Martí:
“Se entiende que las entidades o categorías elementales no establecen relaciones, sino que se constituyen a partir de relaciones. De hecho, no somos esencias, somos el resultado de un juego infinito de relaciones” [4].
Sabiendo esto, podemos comprender que la misión de la perspectiva infomaterialista es la de cambiar nuestra percepción y nuestra forma de entender las tecnologías cibernéticas y de la información. Se trataría de entender que, como sujetos, no sólo somos receptores del objeto que es en sí la información, sino que existe una relación bidireccional con ella, aún más teniendo en cuenta que el medio modifica también el mensaje. En última instancia, Gabrielidis toma el concepto simondoniano de la “transducción” para pensar la información como un intercambio energético entre lo digital y lo somático —al igual que una antena o un cable de fibra óptica genera y transforma la energía y modifica el mensaje que conduce. La clave está, entonces, en pensar (y complejizar) nuestra relación con la información, y no asumirla simplemente; en considerar que, como sujetos posthumanos, nos relacionamos con el resto de entes y redes creando relaciones que nos construyen identitariamente.
1. López Gabrielidis, (2020). Infomaterialidad. En F. Fernández Giordano (Ed.), Cíborgs, zombis y quimeras: La cibercultura y las cibervanguardias (pp. 161-171). Barcelona: Holobionte Ediciones, p. 164.
2. Centre d’Art La Panera (2021). 12ª Biennal d’Art Leandre Cristòfol, catálogo de la exposición (Lleida, 2021), 63.
3. López Gabrielidis, (2020). Infomaterialidad, p. 164.
4. Martí, (2017). Esfilagarsats i entortolligats: Una ullada als cossos des del pos- thumanisme. Inmaterial. Diseño, Arte y Sociedad, 2 (3), 21-43, p. 35 (traducción del autor).
Ricard Casals
Después del entusiasmo generado en los años noventa por la aparición de las nuevas tecnologías de la información, a día de hoy, las personas nos sentimos exhaustas por el bombardeo de datos que recibimos a diario y que no somos capaces de procesar. La relación entre lo digital y lo somático, entre datos y humanos, genera intercambios y energías bidireccionales. Pero ¿realmente lo percibimos así? Nuestra percepción respecto a la tecnología, o más bien, nuestra relación con esta(s), se podría considerar de carácter sumiso. La tendencia actual es la de percibir la tecnología que utilizamos y conocemos desde una perspectiva tecno-utópica, tecno-entusiasta o tecno-flipante. Esto influye radicalmente en el poder que obtienen y luego ejercen sobre nosotros los gigantes tecnológicos y las propias tecnologías. Del mismo modo, también modifica nuestras relaciones interpersonales y nuestras relaciones con el resto de las cosas. ¿O somos nosotrxs mismxs quienes las modificamos al tomar una posición perceptiva concreta?
Quizás, el párrafo anterior —incluso la ponencia que precede a este texto— se puede percibir como una divagación. Las nuevas tecnologías cibernéticas nos impulsan a eso, a divagar. Divagar por el ciberespacio, por lo virtual. Encendemos cada día nuestros dispositivos electrónicos y nos conectamos a la red, donde leemos, jugamos, escuchamos, scrolleamos, nos emocionamos y nos estresamos. Lo hacemos como una evasión de nuestra realidad y entorno físicos o simultáneamente a las actividades que realizamos en ellos. Y a partir de esto, hay una idea que cala casi por inercia: las redes sociales, la nube, las plataformas de streaming, forman parte del espacio virtual, inmaterial, transparente, ajeno al mundo real y físico. Y es aquí donde llega el triunfo de la ideología de la inmaterialidad.
La ideología de la inmaterialidad, o más bien, la ideología de la inmaterialidad de lo digital, es un concepto acuñado por la investigadora y experta en tecnología y género Alejandra López Gabrielidis. En su texto Infomaterialidad, expone cómo esta ideología es el resultado de la antes mencionada percepción tecno-entusiasta de las tecnologías cibernéticas inducida por los grandes oligopolios tecnológicos con la intención, precisamente, de ocultar todo el poder material que acopian [1]. Para manifestar este malestar social, Gabrielidis ha desarrollado este concepto que da nombre al propio texto. Cables, paneles, antenas, centros de datos, servidores, fibra óptica, coltán... Esta enumeración de objetos materiales o de infraestructuras que los albergan sirve como contraposición a las nociones de “transparencia”, “inerte”, “virtual” o “inmaterial” [2]. Existen grandes arquitecturas que permiten el funcionamiento de la “nube”, así como muchos países subdesarrollados reciben toda la morralla y desechos tecnológicos que produce occidente. Precisamente el artista Mario Santamaría, en su obra Unfixed infrastructures and Rabbit Holes, otorga el protagonismo a todos estos objetos para exponer que lo digital no puede existir ni funcionar fuera de los soportes materiales que lo sustentan, ni fuera de la infraestructura técnica que permite la transmisión y procesamiento de los datos. Santamaría busca desmitificar la idea de la red y de la nube como realidades inmateriales e incorpóreas [2]. La obra de Santamaría, como ejemplo de esta contraposición, nos ayuda a entender mejor esta visión de lo material en lo inmaterial. Pero esta idea (o ideología) de la inmaterialidad digital acarrea unas implicaciones históricas, sociales y filosóficas que revelan una problemática aún más profunda. Gabrielidis sitúa el origen de su crítica en la dualidad cartesiana: la separación radical entre la mente (res cogitans) y el cuerpo (res extensa).
Mario Santamaría, Unfixed infrastructures and Rabbit Holes, 2021. Fotografía de Ricard Casals.
Esta filosofía fue especialmente influyente en la creación del humanismo, al situar no sólo al hombre en el centro, sino a su propia esencia, espíritu y conciencia. Con esto como punto de partida, Gabrielidis establece una comparativa con los conceptos de Gilbert Simondon de forma y materia. La relación entre ambas es unidireccional, pues es la forma (activa y direccional) la que informa a la materia (pasiva); es lo inteligible y lo racional lo que diseña y actúa sobre lo material. Este dualismo esconde unas desigualdades sociales aún muy presentes en nuestra sociedad, como lo sería el sesgo ideológico patriarcal:
“Es sobre el género masculino que se ha depositado la responsabilidad de crear las leyes que gestionan, ordenan y controlan la materia. La feminidad, por el contrario, asociada a la dimensión material, es aquella que ocupa el espacio privado y doméstico, y es quien recibe y acata las normas que impone la forma masculina” [3].
Este ejemplo que propone aquí Gabrielidis puede extenderse aún más si pensamos en que esta imposición del género masculino sobre el femenino actúa también a través del propio cuerpo, al ser la mujer la que, en la reproducción, recibe la forma masculina en su óvulo, funcionando únicamente como materia reproductora de la forma. Todo esto nos sirve para entender la crítica principal: que la información informa unidireccionalmente, y nosotrxs, la materia receptora, acogemos la forma que se nos informe.
A todo esto, ¿dónde queda el posthumanismo? Algo —y no poco importante— que comparten ambos conceptos es tanto su método crítico como propositivo. La doctrina posthumanista, como bien indica su nombre, tiene como misión la superación del humanismo y, por ende, es profundamente contraria al dualismo cartesiano. Huye del esencialismo y persigue el postantropocentrismo, o sea, el dejar de situar al humano en el centro de la vida y la creación. Y en cuanto a su perspectiva ontológica (o su estado propositivo), pretende espectar al mundo y a nosotrxs mismxs no como esencias, sino como conjuntos de relaciones. Así lo expone el investigador Josep Martí:
“Se entiende que las entidades o categorías elementales no establecen relaciones, sino que se constituyen a partir de relaciones. De hecho, no somos esencias, somos el resultado de un juego infinito de relaciones” [4].
Sabiendo esto, podemos comprender que la misión de la perspectiva infomaterialista es la de cambiar nuestra percepción y nuestra forma de entender las tecnologías cibernéticas y de la información. Se trataría de entender que, como sujetos, no sólo somos receptores del objeto que es en sí la información, sino que existe una relación bidireccional con ella, aún más teniendo en cuenta que el medio modifica también el mensaje. En última instancia, Gabrielidis toma el concepto simondoniano de la “transducción” para pensar la información como un intercambio energético entre lo digital y lo somático —al igual que una antena o un cable de fibra óptica genera y transforma la energía y modifica el mensaje que conduce. La clave está, entonces, en pensar (y complejizar) nuestra relación con la información, y no asumirla simplemente; en considerar que, como sujetos posthumanos, nos relacionamos con el resto de entes y redes creando relaciones que nos construyen identitariamente.
1. López Gabrielidis, (2020). Infomaterialidad. En F. Fernández Giordano (Ed.), Cíborgs, zombis y quimeras: La cibercultura y las cibervanguardias (pp. 161-171). Barcelona: Holobionte Ediciones, p. 164.
2. Centre d’Art La Panera (2021). 12ª Biennal d’Art Leandre Cristòfol, catálogo de la exposición (Lleida, 2021), 63.
3. López Gabrielidis, (2020). Infomaterialidad, p. 164.
4. Martí, (2017). Esfilagarsats i entortolligats: Una ullada als cossos des del pos- thumanisme. Inmaterial. Diseño, Arte y Sociedad, 2 (3), 21-43, p. 35 (traducción del autor).
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